El cazador sin sombra

¿Le temes a la oscuridad? ¿Cuándo estas caminando (supuestamente) solo, sientes alguna presencia detrás de ti? Por alguna extraña razón, ¿Te sientes observado al bañarte? Si la respuesta es afirmativa a la mayoría de estas interrogantes, te recomiendo que te quedes a leer esto.

cazador sin sombra

Nunca conoceremos el nombre real de este chico, ya que su historia es muy poco conocida, pero por el momento, identifiquémoslo con el nombre de “José”

¿Por qué la vida es tan cruel? O mejor dicho, ¿Por qué la vida fue tan cruel con él? Esa, es la pregunta con la cual José se martirizó en sus últimos días de existencia.

Tenía 17 años cuando empezó su tormento. Era un chico normal, no muy alto, no muy bajo, tenía novia, pasable si podemos decirlo así, un status social decente, amigos, pero no tenía hermanos, sus padres aun vivían juntos, vaya, cosas normales en la vida de un chico promedio.

Él se estaba preparando para ir a casa después de un largo, pesado, y sobre todo, aburrido día de escuela. Guardaba sus cosas y lo único que lo mantenía con fuerzas, era la idea de que los viernes salía de fiesta con sus amigos. El día estaba despejado, no había ninguna nube, pero tampoco era un clima demasiado caluroso. Todo perfecto. Quería alcanzar a su novia para preguntarle si quería que su papá los llevara a casa, a fin de cuentas, vivían cerca. José divisó a Daniela entre la multitud, claro, no era muy audible con todo el alboroto que se hacía un viernes a la salida. Le gritó y Daniela lo logró ver. Le dedicó una leve sonrisa y se acercó a él.

El la notaba un poco rara, le preguntó qué era lo que tenía, a lo que ella contestó que debía ir a un viaje con su familia a otra ciudad, ya que un pariente de su papá se puso muy mal y tenían que ir a visitarlo. José se tranquiliza un poco e intenta subirle los ánimos. Le pregunta por cuánto tiempo se irá, y ella le responde que solo una semana, o eso es lo planeado.

La mamá de Daniela llegó y le dio un abrazo a José, prometiéndole volver lo más pronto posible. José la ve partir y siente una pequeña punzada de lástima, ya que no verá a su novia en días. Pero los pensamientos de que saldrá esa noche hacen que se sienta un poco mejor.

Ya había pasado más de media hora y el papá de José no llegaba. Éste empezaba a aburrirse y decide llamarlo. Su papá contesta y le dice que el auto se descompuso y que tuvo que llevarlo al taller, y entre todo el desorden se le había olvidado llamarlo para avisarle que no podía pasar por él. Su papá le pregunta si tenía dinero para tomar transporte y regresar a casa, José le responde que no, la única opción que tiene es regresar caminando. El papá se disculpa con él y le dice que no volverá a pasar, José dice que no hay problema, y cuelga.

“No hay problema”, tres palabras más fáciles de pronunciar que de sentir, y sobre todo, porque no sentía para nada agradable volver caminando de la escuela, y su casa no queda precisamente cerca del colegio.

Ya llevaba media hora caminando y se sentía exhausto. El sudor lo tenía empapado y sentía que la cabeza le iba a estallar. Parecía que el Sol había decidido tomar más fuerza durante el trayecto de José. Se sentía sin energías e intentaba recordar cuándo fue la última vez que se sintió tan cansado al volver a casa.

El problema es que él nunca había vuelto a casa caminando de la escuela. Ahora, tenía que cruzar por el callejón que siempre pasaba de largo cuando iba en auto con su papa, claro, si no quería rodear media colonia más. Eso le dio un alivio, ya que los edificios taparían momentáneamente los rayos del sol que lo atacaban sin piedad.

José tenía la sensación de que lo seguían desde hacía 10 cuadras, en el momento que avanzó a través del callejón, ese presentimiento creció aún más, volteaba solo para encontrarse con lo que justamente esperaba. Nada.

José salió del callejón sano y salvo y entró a casa. La llave estaba en el macetero de siempre y pudo entrar sin problemas. La casa seguía vacía, papá estaba en taller, mamá trabajando y solo estaba ese gran y pacífico silencio. Pero mucho silencio a veces desespera, y solo alimentaba el hecho de que José se siguiera sintiendo vigilado, aun estando en casa.

Eran las 9 de la noche y José seguía viendo la televisión, cuando recibe un mensaje del grupo de sus amigos que tenía en mensajería instantánea. Tomo el celular de la mesa, que en ese momento estaba ocupada por comida, bebidas, el control remoto y claro, un montón de basura producto de las largas horas que había pasado José ahí. José no se dio cuenta de que ese no era el primer mensaje del grupo, llevaban toda la tarde discutiendo sobre a qué hora se verían para ir al antro. Varias veces preguntaron por José y, evidentemente el no respondía. Finalmente decidieron verse en el Café Internet que queda cerca de “La gran manzana”. Así le apodaban ellos a la zona de antros de la ciudad.

Así, José tomó sus prendas, una toalla y se metió al baño. Al entrar en la regadera, la caída de agua parecía quitarle todo el peso de encima que había acumulado durante todo día. Había tenido una jornada agotadora y nada placentera, y parecía que las gotas de agua se lo llevaran como si fuera solo una corriente. Justo en ese momento, algo lo saca de su tranquilidad.

Siente que alguien está con él en el cuarto de baño.

ojo

No es algo que haya visto o que haya escuchado, es algo que sentía. El agua estaba caliente y aun así sentía escalofríos. José corrió las cortinas y asomó la cabeza. No había nada. Pegó un grito diciendo “¡Papá!”, pero nadie respondió. Todos sus sentidos estaban despiertos, no escuchaba ruidos abajo ni en el pasillo.

Todo esto debían ser alucinaciones producto de su larga caminata desde la escuela. Se estaba tranquilizando cuando sintió un leve rose a la altura de su hombro derecho. Todos los nervios de su cuerpo produjeron una sensación parecida a cuando la electricidad recorre las extremidades. José voltea pero tampoco logra ver algo.

La ducha estaba vacía. Su corazón latía a mil por hora, ya no tenía ganas de seguir bañándose, su cerebro le estaba jugando una mala pasada, claro que, sentir que alguien te toque en una bañera, es algo clásico de las películas de terror. No había por qué asustarse.

Con escalofríos leves en la mano, agarra la toalla y empieza a secarse. Para su suerte había metido la ropa que iba a ponerse para salir, lo cual le haría pasar menos tiempo en la casa solo, y menos eran las posibilidades de que le volviera a suceder algo extraño.

José terminó de cambiarse, se alistó y salió de la casa. El frío aire de la noche le pegó al instante, se sentía completamente nuevo, relajado, más tranquilo. Eran las 9:30, envió un mensaje al grupo, diciendo que estaba en camino. Normalmente le tomaba 20 minutos en auto llegar hasta la gran manzana, pero el auto de su padre no estaba. Llevaba el dinero suficiente para ir, pagar la entrada al antro y regresar.

En la colonia donde él vive no pasaba ningún transporte, por ello debía caminar un poco más para ir a la calle principal. Y tenía que cruzar nuevamente el callejón.

La mala experiencia que pasó cuando se estaba bañando, y cuando sintió que alguien lo seguía, volvieron a su menta en el mismo instante en que llegó al comienzo de ese callejón. Lucía como parte de una de sus peores pesadillas; oscuro, solitario, tétrico.

A cada paso que daba, sentía que alguien iba detrás de él, no paraba de voltear la cabeza, todo estaba muy silencioso, un silencio que parecía burlarse, pronto descubriría que el silencio no era su única compañía.

Algunos botes de basura se cayeron delante de él, no había viento que pudiera tirarlos, y el callejón se hacía cada vez más oscuro a medida que avanzaba, pero también estaba más cerca de su final.

Fue entonces cuando José sintió una mano, no un roce como en la bañera, sino una mano posada sobre su hombro izquierdo. Una mano que quemaba, pero con fuego, sino por el frío intenso que este ser emanaba.

Sin pensarlo, y sin voltear atrás, José empieza a correr lo más rápido que le permiten sus piernas. Sin detenerse, y en menos de 20 segundos, logró escapar del callejón, y si su vista no lo engañaba, una figura negra se unía a la oscuridad justo cuando llegaba al final.

calle tenebrosa

Su corazón latía tan deprisa que sentía que se le salía del pecho, el sudor comenzaba a salir de su frente y sus extremidades como si éste también intentara escapar de algo. Él estaba consciente que no estaba agitado por la carrera, sino por el hecho de que había algo ahí. Lo mismo que seguramente debió haber estado en su bañera.

No pasó mucho cuando José rompe sus pensamientos y encuentra transporte. Si no es por la mala cara del conductor, no se hubiera dado cuenta de lo desalineado que estaba en ese momento.

Un lapso de 20 minutos fue lo que José estuvo pensando, “¿Habré visto bien?” “¿Eso fue real?” “Debo estar alucinando, esto no puede ser real” cuando el ruido de la gran manzana lo despertó. Le entregó el dinero al conductor y salió rápidamente en busca de sus amigos.

Eran las 12:30 de la noche, la fiesta estaba en su máximo esplendor, y las bebidas abundaban por todas partes. José dejó a sus amigos y se dirigió al baño. Estaba vacío y esto le daba tranquilidad. Tanta gente en un solo lugar solía darle dolor de cabeza. Se dirigió al lavabo a lavarse la cara. Había alguien ahí. Parado detrás de él.

Dio rápidamente media vuelta y, no había nadie. Los nervios de José se pusieron de punta nuevamente, ya no podía con esto. Salió a cuestas del baño y sin avisos ni nada, salió del antro, le envió un mensaje a su papá. Por fortuna, el auto ya estaba funcionando, solo debía esperar. No utilizó ese tiempo en avisarle a sus amigos que se iba, les enviaría un mensaje luego.

Estaba a cinco minutos de casa, estaba cansado, pero no quería hablar de todo lo que le había sucedido en el día con su padre. No estaba de humor para que alguien le dijera que estaba loco.

Ahí estaba, la figura negra, al inicio del callejón, esperándolo. José pudo verlo desde la ventana del auto. Se puso pálido en segundos, su corazón se aceleró, empezó a sudar y luego, cayó dormido.

El inicio del callejón era como lo había visto la primera vez, estaba claro y visible, era de día y el sol alumbraba fuerte. José dio sus primeros pasos y comenzó a caminar. Una fuerza, una fuerza que él desconocía lo intentaba atrapar, él podía sentirlo, entonces comenzó a correr y a correr, y conforme más corría, el sol se iba ocultando, dándole paso a la noche. Corría, corría y corría y el callejón se hacía más oscuro. Parecía interminable, no importaba cuánto tiempo siguiente su marcha, no parecía estar más cerca del final. Y esa fuerza oscura se sentía cada vez más cerca, cuando cayó en la tentación, giró la cabeza para divisar a su némesis y… despertó.

Abrió los ojos de golpe, estaba oscuro, debían ser las 3 a.m., estaba sudando demasiado, su corazón estaba muy acelerado, él no podía verlo pero la pupila de sus ojos se extendió de una forma alarmante. Estaba en su cama. Era solo un sueño, una pesadilla, una terrible pesadilla. Solo recordaba como vio una figura negra en un callejón cuando iba de vuelta a su casa desde antro. La figura negra, fue ahí cuando todos los recuerdos del día anterior regresaron su cabeza.

Se puso de pie a oscuras, pero él sabía el camino, se dirigió al baño para lavarse el rostro, no lucía nada bien frente al espejo, estaba desesperado, no sabía que estaba pasando con él. Volvió a alzar la vista al espejo. Lo vio, la figura negra que tanto lo había atormentado, estaba ahí. No podía distinguir su rostro, pero estaba ahí.

José pegó el grito más fuerte de toda su vida. Salió del baño corriendo, con una gran fortuna de no tropezarse rumbo al cuarto de sus papás. Ellos despertaron un segundo antes de que llegara y se lanzara a su cama. El grito fue lo suficientemente fuerte como para despertar a toda la colonia.

Sus padres estaban confundidos y molestos a la vez, pero José en esos momentos era puras lágrimas, gritos y más lágrimas. Debió pasar 5 minutos para que se detuviera. Su padre su puso firme y le exigía saber que estaba pasando. Les contó todo, el callejón, la bañera, el baño del antro, su sueño. Sus padres no sabían que pensar, no sabían que decirles, pero lo que era obvio, no podían creerle. Su padre se puso de pie, comenzó a vestirse y mandó a su esposa a que hiciera lo mismo.

No le dio tiempo a José de preguntar por qué, solo observó a sus padres vestirse. Cuando terminaron, se dirigieron al salón principal y de ahí, al auto.

Tenía preguntas, claro que tenía preguntas, las cuales su padre solo respondía con un gesto de mano. Era muy temprano y no había señal de algún auto, pero tampoco una señal de que estuviera en un lugar en el que hubiera estado antes. La zona en la que estaban, José no tenía ningún recuerdo de ella. Su padre comenzaba a conducir más lento, se detuvo en un lugar y sacó algo de su bolsillo. Era una pastilla, le dijo que era para los nervios, José se la trago deprisa. ¿Pastilla para los nervios? Fue entonces cuando cayó dormido al instante.

Cuando despertó se encontraba en una habitación, olía a ambiente de hospital, estaba oscuro, frío y no podría ver nada. José intentaba recordar todo lo que había pasado en las últimas horas, pero todo en lo que pensaba, era oscuridad.

Las luces se encendieron y la intensidad de la luz lo cegó momentáneamente. Estaba en una cama, vestido con una bata blanca. De ahí en fuera, la habitación estaba completamente vacía. José se preguntaba dónde diablos estaba, pero antes de que su cerebro pensara en ideas, la puerta del cuarto se abrió y un hombre, viejo pero firme, con uniforme de doctor, entró.

José y el doctor se miraron por unos segundos, luego, cerró la puerta y se acercó a él.

Tenía muchas dudas y sabía que ese era el momento en el que debían ser respondidas. El doctor empezó a hablar. José no podía creer lo que estaba diciendo, pero lo decía con tanta naturalidad, que asustaba.

El papá de José le había dado una pastilla, que, básicamente, hizo que él cayera en un sueño muy profundo. El tiempo suficiente como para llevarlo a esta clínica, la cual se ubica en la frontera de la ciudad, muy, muy alejada de casa. Su padre le contó al doctor lo que pasó la noche en la que llegó esquizofrénico a su cuarto. Inmediatamente le diagnosticaron una enfermedad causada por la combinación de un gran momento de soledad, ya que él nunca había estado tanto tiempo solo antes (el día en el que regreso caminando de la escuela) y alucinaciones que pueden ser causadas por la naturalidad con la que va a antros y bebe alcohol todos los viernes.

José se puso más histérico que nunca, él no podía creer que sus padres no le creyeran, no podía creer que lo tomaran como un demente y, más encima, lo abandonaran en una clínica mental.

“Saldrás de este cuarto hasta que tus alucinaciones hayan desaparecido por completo” fueron las últimas palabras que José escuchó antes de que el doctor saliera, y lo dejara, solo.

Las semanas siguientes a este hecho, se limitaban a la visita de una enfermera, que solo entraba y salía 3 veces al día, solo para dejarle alimento. José estaba irreconocible. Tenía tics nerviosos, se alteraba con facilidad, ya no hablaba y había perdido casi todo su color de piel, estaba muy pálido, y eso, sin mencionar las pesadillas recurrentes, en las que veía a sus padres, abandonándolo, y una figura negra, detrás.

Eso, la figura negra, aquella que le había jodido la vida por completo. Ella y sus padres son los culpables de que él estuviera ahí. Su novia, sus amigos, su vida, todo, todo lo había perdido por ellos.

José no pudo soportarlo más y empezó a maldecir a gritos, empezó a maldecir como nunca antes lo había hecho en su vida. “Maldita figura, malditos padres, maldito perseguidor sin sombra”. En ese momento las luces del cuarto se apagaron.

Cuando volvieron a encenderse, José rogaba que lo que estaba viendo, solo fuera una alucinación.

Sus padres, en el suelo frente a él, bañados en su propia sangre. Muertos.

José gritó hasta quedarse sin voz y lloró hasta quedarse sin lágrimas, se arrinconó en una esquina, con los brazos rodeando sus rodillas, no, esto no podía estar pasando, sus padres, los que tanto tiempo lo habían cuidado con tanto cariño, muertos.

Cuando alzó la mirada para ver por última vez el cuerpo de sus padres, estaba ahí, la figura oscura estaba ahí, sin sombra.

Podía verle el rostro, si a eso podía llamarse rostro. Era arrugado, con las cuencas de los ojos completamente vacías, y una sonrisa, la sonrisa más perversa que tu imaginación pueda crear.

Y se acercaba.

Se acercaba lentamente, y sonreía, como si le causara placer como el corazón de José aceleraba 2 latidos por cada paso que daba. La mano fantasmal de esta figura tocó su rostro pálido, y él, tuvo una visión momentánea, pudo ver el sufrimiento de otras personas, pudo ver el sufrimiento de sus víctimas, ahora, él sería el siguiente en su lista.

La figura se convirtió en una clase de humo negro, y se adentró en la boca de José. Éste lo aspiraba inconscientemente dentro de su cuero, pudo sentir un inmenso frío, y después, nada.

Ni la policía ni los médicos han podido explicar este hecho. Muchos dicen que este perseguidor sin sombra nunca descansa, siempre siguiendo a las personas sin que se den cuenta, o tal vez si se dan cuenta, de todos modos, ¿no habías dicho que cuando estás solo sientes que alguien más está contigo?

– Christian Alejandro Ávila.

7 comentarios en “El cazador sin sombra”

    1. solo imaginate el callejon acortaba media colonia, de que tamaño era ese callejon de 3 kilometros de largo? y quien tuvo la idea de poner un callejon que atraviese la colonia de lado a lado sin calles que lo atraviesen?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *