Quizá no lo parezca, pero masticar es una tarea importantísima de la digestión. De hecho, la masticación gasta mucha más energía de la que imaginas y es posible que influyera en la evolución de los humanos. ¿Alguna vez te detuviste a analizar este proceso? La boca se abre y los dientes se cierran sobre el alimento. Una enorme cantidad de músculos se sincronizan para levantar la mandíbula una y otra vez. Mientras tanto, en el interior la lengua dirige la comida para que la trituren los dientes.
Un estudio, el primero en su tipo, estimó la cantidad de energía que usamos al masticar. Ese gasto energético depende del tipo de alimento. Por ejemplo, al masticar un chicle gastamos hasta 15% más de energía que con un alimento blando. Y mientras la comida sea más dura, mayor es la demanda de energía.
La importancia energética y evolutiva de la masticación en humanos.
Los resultados se obtuvieron gracias a un experimento colaborativo entre la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, y otras instituciones. Los 21 voluntarios que participaron en la prueba debieron utilizar un casco parecido a una burbuja. Este dispositivo monitoreaba el oxígeno consumido y el dióxido de carbono (CO2) exhalado por el voluntario.
Masticaron dos variedades de goma de mascar, una suave y la otra más resistente, durante 15 minutos. Estos productos no tenían calorías, olor ni sabor. Esto con el fin de que no se activara la digestión, un proceso que también requiere de energía y podría alterar los resultados. A medida que masticaban, los niveles de CO2 aumentaban, un indicio de que el cuerpo trabajaba más duro.
La goma de mascar suave aumentó un 10% el gasto energético, mientras que la más dura requirió de un 15% extra. A partir de esta información, el equipo concluyó que la producción de fuerza aumenta el consumo de energía, al menos bajo esas condiciones específicas. Y que la energía requerida para desmenuzar el alimento antes de engullirlo define la eficiencia de todo el proceso. Entre menor es el gasto, hay más energía para otras tareas.
En términos energéticos, el proceso de masticar no representa mucho para los humanos. Aunque, antes de que adoptáramos métodos de cocción y procesamientos de alimentos, para nuestros ancestros homínidos la situación era muy distinta. Nuestra mandíbula y dientes evolucionaron para masticar de forma más eficiente. Según los científicos, invertir menos energía en el consumo de alimentos representa una ventaja evolutiva.
“Este experimento demuestra que, en los homínidos, masticar por tiempo prolongado se traduce en un desperdicio de energía”, señalan los investigadores. “Y las tecnologías empleadas para ablandar la carne no solo redujeron el tiempo de masticación, también incrementaron el aporte energético de los alimentos”.