Viajes que cambiaron el mundo

Desde las primeras migraciones a Eurasia, hace 1.8 millones de años, hasta la expedición a la Luna en 1969, algunos de los grandes viajes realizados por el ser humano han determinado el curso de la historia a pesar de que en un inicio sus objetivos sólo fueron de sobrevivencia, religiosos, científicos o comerciales.

Viajes cambiaron el mundo

La actual cultura del ocio provoca que asociemos el concepto de viajar con el disfrute o, como mucho, a las obligaciones laborales. Pero históricamente no siempre ha sido así. Los viajes eran medios para descubrir enclaves remotos, medir la resistencia humana, y el resultado, en algunas ocasiones, suponía incluso alterar el curso de la historia. ¿Cuál fue el primero de aquellos grandes viajes del pasado? Es difícil determinarlo, porque habría que remontarnos a la época en la que el hombre aún no era tal. Hablamos de la primera gran migración humana, la que nos hizo abandonar las hasta entonces fértiles tierras africanas, para colonizar nuevos territorios más allá de cualquier frontera conocida.

Los científicos sitúan ese primer viaje hace 1.8 millones de años. Tan lejano en el tiempo, que el término correcto para referirse a aquellos antepasados nuestros es el de homínidos. A medida que los bosques africanos iban convirtiéndose en sabana, los alimentos escasearon, forzando a buscar territorios más fructíferos. Así fue como llegaron hasta el Cáucaso, introduciéndose en Eurasia, para asentarse en puntos como Dmanisi, cuyo actual yacimiento pone en evidencia la rudimentaria tecnología que llevaron consigo: apenas unas herramientas elaboradas en piedra y madera. Sin embargo, el viaje por la supervivencia fue un éxito, tanto que sus descendientes protagonizarían otras migraciones hacia lo que hoy es Europa, Asia, América y Oceanía, dando inicio a una nueva era, la nuestra, la del ser humano.

Alejandro Magno.

De todos los héroes de la Antigüedad, uno resalta con especial brillo: Alejandro Magno, el Grande. Nacido en la ciudad macedonia de Pella el 21 de julio de 356 a. C., recibió una educación muy especial de manos del gran Aristóteles. Cautivado por sus charlas sobre un mundo maravilloso más allá de las fronteras persas y una tierra inmensa por conquistar que finaliza ba en el Gran Mar Exterior -el Oceanus, que pocos habían observado-, Alejandro se propuso hacerlo realidad. Tanta era su fuerza que, según el historiador Plutarco, su propio padre, el rey Filipo II, le expresó: “Macedonia es demasiado pequeña para ti”. Y era cierto. A la muerte de Filipo, Alejandro se propuso conquistar Asia,

Sólo dos obstáculos se interponían: las tropas de Darío III de Persia y el oráculo de Gordión, capital de Frigia, que debía otorgarle un augurio favorable para que sus guerreros lo siguieran sin miedo alguno. Junto al oráculo se encontraba un carro real atado con un gran nudo.

La leyenda dictaba que quien desatara el nudo conquistaría Asia. Nadie lo había conseguido hasta entonces, pero Alejandro no era cualquiera. Al percatarse que era casi imposible, cortó el nudo con su espada y el oráculo no tuvo más remedio que bendecirlo. En cuanto a Darío III, sus tropas fueron derrotadas en Gaugamela el 1 de octubre de 331 a. C., en una de las más célebres batallas de la historia.

Con tan sólo 25 años, Alejandro iniciaba la conquista de Asia en la búsqueda del Gran Mar Exterior. En ese viaje, el más fantástico de toda la Antigüedad clásica, sus tropas, formadas por macedonios y extranjeros, conquistaron Babilonia, la Sogdiana y la Bactriana, cruzaron el Hindú Kush y dominaron el Valle del Indo. Sólo el amotinamiento de sus hombres, cansados de años ininterrumpidos de lucha, lo hizo regresar. Para entonces, el imperio de Alejandro se extendía desde Egipto hasta India. Más allá del aspecto puramente militar, aquel viaje supuso un cambio radical en el mundo: se establecieron nuevas rutas comerciales, se favoreció el difusión de la cultura helenística a Oriente y se acrecentó el mapa de la geografía conocida. También quedaron asentadas las bases para que personajes posteriores como Julio César o el propio Napoleón intentaran emular las hazañas de este héroe, fallecido en Babilonia el 13 de junio del 323 a. C.

La primera cruzada.

Godofredo de Bouillon
CONQUISTADOR Y DEFENSOR. Godofredo de Bouillon fue uno de los grandes protagonistas de la Primera Cruzada. Tras la toma de Jerusalén, fue elegido rey.

Deberían transcurrir más de mil años para que otro viaje militar se asemejara en importancia al emprendido por Alejandró y sus tropas. El 27 de noviembre, de 1095, el papa Urbano II se dirigió a los cientos de nobles y clérigos franceses reunidos en el Concilio de Clermont y pronunció un sermón en el que apeló al sentimiento religioso de los presentes.

El Papa les habló de un paraíso terrenal llamado Canaán que esperaba a ser conquistado, del perdón de sus pecados si liberaban Jerusalén, de que la solución a la miseria que los rodeaba pasaba por exterminar a la raza musulmana… Les habló, en definitiva, de la Primera Cruzada. Aquellos hombres, cautivados por sus palabras, le creyeron al grito de ¡Deus vult! (¡Dios lo quiere!), que se convirtió en el lema de los primeros cruzados. El mensaje se fijó tan profundamente en toda Europa, que miles de personas se movilizaron para emprender el asalto a Tierra Santa. En su mayor parte fueron campesinos y artesanos, gente pobre que vio en la campaña una oportunidad para salir de la miseria y alcanzar el cielo prometido. Como distintivo se les cosía en el pecho una cruz -de ahí su nombre de cruzados- y, tras abandonar sus escasas pertenencias, se les incluía a las órdenes de algún señor feudal.

El 15 de agosto de 1096, un contingente de 40,000 cruzados inició su marcha hacia Tierra Santa bajo el liderazgo de Pedro el Ermitaño. El viaje fue tan desastroso y mal organizado, que sólo unos pocos cientos regresaron con vida. Pero otro contingente armado, formado por 40,000 guerreros y comandado por Godofredo de Bouillon, conquistó Jerusalén el 15 de julio de 1099. Ocurrió tras una batalla que el canónigo Raimundo de Aguilers describió así: “En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla”.

Con la marcha de los cruzados, el poder cristiano se incrementó hacia Oriente frenando el avance musulmán. Se abrieron rutas comerciales cerradas desde la caída del Imperio Romano y las nuevas vías de peregrinación propiciaron la difusión de estilos arquitectónicos de influencia oriental. Aunque parezca contradictorio, Oriente y Occidente se acercaron como nunca había sucedido desde los tiempos del gran Alejandro.

El libro de las maravillas.

marco polo
CIUDADANO DEL MUNDO. Marco Polo partió en 1271 desde Venecia hacia China; sus ‘aventuras’ en este país hicieron que productos como el papel, la tinta y la pólvora se conocieran en Europa.

Una de las ciudades que más se benefició con las Cruzadas fue la entonces floreciente Venecia. Con su poderosa flota naval estableció vínculos comerciales más allá del Bosforo, convirtiéndose en la capital económica del momento, gracias en gran medida a la venta de seda y de especias que llevaba a Europa desde Asia. Es allí donde históricamente se sitúa el nacimiento (1254) del célebre Marco Polo, aunque otras fuentes lo ubican en la actual Croacia bajo el nombre de Marc Pol.

Sea como fuere, su tío Mateo y su padre Nicolás decidieron, en el año 1271, llevarse consigo al pequeño Marco en un viaje que cambiaría para siempre no sólo su propia vida, sino la percepción europea del lejano Oriente y el mapa geográfico establecido hasta entonces.

Lo cierto era que padre y tío ya habían recorrido ese camino cuya meta era la mismísima capital de Cambaluc (Pekín), gobernada por el mongol Kublai Khan, con quien la familia Polo había entablado amistad. A su regreso de China, en 1295, Marco Polo se convirtió en una auténtica celebridad. Relataba a quien quisiera oírlo las maravillas de aquellas tierras en las que sirvió como emisario y consejero de Kublai Khan durante 17 años. Fue un tiempo en el que recorrió Birmania, Indochina, Sumatra, Ceilán y otros lugares igual de exóticos como Cipango (Japón). De hecho, él fue el primer europeo que habló de esta nación, en una época en la que los ciudadanos del Viejo Continente no sabían apenas nada de aquellas tierras, por lo que sus relatos suponían una delicia para los oídos. Y más cuando, durante un cautiverio de tres años, Marco Polo decidió plasmar sus aventuras en el libro Il Milione (El millón), el cual fue un éxito inmediato. Sin embargo, la sospecha de que mintiera sobre aquel viaje estuvo presente incluso en su lecho de muerte, a pesar de que él siempre se defendió asegurando que sólo relataba la mitad de lo que vio.

Al margen de que Marco Polo llegara o no a China, aquel viaje fue de vital trascendencia para el desarrollo de la humanidad porque animó a numerosos comerciantes a seguir sus pasos abriendo el comercio con el Extremo Oriente e introduciendo la pólvora, el papel, los billetes o la tinta en Europa; inventos que, sin Marco Polo, muy bien pudieran haber tardado algunos siglos más en ser conocidos y asimilados.

Época de aventura.

Conociéndose ya Oriente, las principales potencias europeas se lanzaron al control de las rutas comerciales asiáticas. Otros, como los portugueses, abrieron nuevas vías de transporte por mar, pero siempre mirando hacia el Este. Sólo uno se arriesgó a señalar hacia el sentido contrario, más allá del Atlántico. Su nombre: Cristóbal Colón. Convencido de la esfericidad del planeta, y tras el rechazo a su proyecto del rey Juan II de Portugal, Colón convenció a los Reyes Católicos para que financiaran su expedición hacia lo que él creía sería Cipango y las tierras del Gran Khan -nuevamente la sombra de Marco Polo-.

La firma de las Capitulaciones de Santa Fe, el 17 de abril de 1492, selló el pacto entre las partes y otorgó permiso para llevar tres naos cuyos nombres pasarían a la historia: Pinta, Niña y Santa María.

Así fue como la expedición partió del puerto de Palos de la Frontera el 3 de agosto de 1492. Una vez se aprovisionaron en las Islas Canarias, continuaron el viaje hacia un océano desconocido. Unicamente Colón tenía una idea clara sobre qué rumbo debía tomarse. Sin embargo, sus estimaciones sobre el tamaño del planeta se quedaron cortas y pronto surgieron el hambre, el escorbuto y la sed entre los navegantes. Las palabras de su capitán ya no consolaban y sólo el regreso a casa podía disipar los ruidos de motín. Por fortuna, el 12 de octubre de ese año el grumete Rodrigo de Triana gritó ante el asombro común: “¡Tierra a la vista!”. La primera isla en la que desembarcaron fue la de Guana-hani, en Las Bahamas, a la que rebautizaron con el nombre de San Salvador. Días después llegarían a las de Cuba y La Española y, en tres viajes posteriores, al continente americano propiamente dicho. Aunque hoy es aceptado que los vikingos alcanzaron Terranova hacia el siglo XI, únicamente a Colón le corresponde la autoría del descubrimiento del continente porque, gracias a él, se establecieron vínculos permanentes con las culturas ahí localizadas. Además, se abrió el camino para el flujo de alimentos y productos tan importantes como la papa, el cacao, el tabaco o el pimiento, hasta el punto de que tres quintas partes de los cultivos actuales del mundo proceden de América. Europa recibió de estas tierras enormes cantidades de oro y plata, que motivaron el avance y el desarrollo comercial para quienes supieron sacarles provecho.

LA LLEGADA. Célebre cuadro de Dióscoro T. de la Puebla (1832-1901), en el que se muestra el primer desembarco de Cristóbal Colón en América. Él no lo supo, pero había descubierto un nuevo continente.

Sin embargo, hasta su muerte en 1506, Colón creyó erróneamente haber descubierto un nuevo camino hacia las Indias. Serían hombres como Pizarro, Cortés o Núñez Cabeza de Vaca quienes sacaron a todos del error con sus exploraciones, al demostrar la existencia de un nuevo continente que ya quedó fijado en los mapas cartográficos de la época.

La hazaña de Elcano.

En esos años abundantes en aventuras y descubrimientos, otro marinero llamado Juan Sebastián Elcano cambió el concepto del mundo completando la primera circunnavegación del planeta. Originario de la localidad Getaria (País Vasco), Elcano formaba parte de una expedición capitaneada por el portugués Fernando de Magallanes, cuyo destino era, nuevamente, encontrar un paso por el Oeste hacia la tierra de las especias, esquivando el control que los lusos ejercían en las costas africanas. Así fue como el 10 de agosto de 1519 cinco naos con 258 hombres a bordo partían del puerto de Sanlúcar de Barrameda. El viaje transcurrió sin problemas hasta su llegada a la actual Patagonia. Ese fue el inicio de una larga serie de calamidades en que el frío extremo, el hambre, las fiebres y las peleas causaron estragos.

El hallazgo del paso al Pacífico, al que bautizaron como cabo de las Once mil vírgenes, no hizo desaparecer las adversidades; ahora se sumaban ataques de tribus hostiles y el acoso continuo de los portugueses. La muerte de Magallanes en uno de esos ataques tribales situó a Elcano al mando de la única nao que quedó a flote, la Victoria, con la que inició un difícil viaje de regreso a España, siempre navegando hacia Occidente. El 6 de septiembre de 1522, la nave atracaba en el puerto de Sanlúcar de Barrameda tres años después de su partida y sólo con 18 supervivientes. La esfericidad del planeta quedaba probada, inaugurándose rutas comerciales que hoy día continúan siendo utilizadas.

El viaje de Darwin.

Pero no sólo los viajes con intereses comerciales remodelaron el concepto del mundo y del hombre, también aquellos con fines puramente científicos. El más importante, sin duda, fue el que llevó a Charles Darwin hasta las costas de América del Sur y de Australia a bordo del Beagle, un buque científico que lo aceptó como naturista. La travesía se inició en Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y duró cinco años, durante los cuales Darwin fue recopilando muestras y forjando las ideas básicas sobre las que más tarde se asentaría su teoría revolucionaria. Las cartas que enviaba a su familia se convirtieron en el diario de aquel viaje que modificaría para siempre la mente de la humanidad.

Charles Darwin
EL ORIGEN DE LAS ESPECIES. A bordo del Beagle, Charles Darwin recorrió el mundo durante cinco años forjando las bases de su Teoría de la Evolución.

Fue hasta el 24 de noviembre de 1859 cuando Darwin publicaría su famoso libro El origen de las especies donde, motivado por su experiencia a bordo del Beagle y las investigaciones posteriores, demostró que las especies evolucionan acorde a los elementos externos, adaptándose a las nuevas situaciones para sobrevivir. Esta idea considerada hoy fuera de objeción, despertó la ira no sólo del clero, también de muchos de sus colegas defensores de un mundo inamovible forjado por Dios. Afortunadamente, nuevos hallazgos biológicos comprobaron -y aún lo siguen haciendo- la veracidad de las tesis de Darwin. La razón se imponía al sentimiento religioso, modificando para siempre la teoría del nacimiento del hombre y del lugar que ocupa en el mundo que lo rodea.

El fin de una era.

El ansia de saber de Darwin se enmarca en una época de crecimiento intelectual, cuya manifestación más conocida es la de aquellos exploradores que se afanaron en completar el mapa geográfico planetario. Primero fue África, luego Asia y, cuando ambos continentes estuvieron debidamente explorados, le llegó el turno a los Polos.

Todo partió de la audacia de Ernest Shackleton. Aunque su nombre sea hoy famoso sólo por la aventura que protagonizó entre 1914 y 1916 con sus compañeros del Endurance, hasta 1911 fue el hombre que más cerca estuvo de alcanzar el Polo Sur geográfico, quedándose a escasos 180 km de esa marca. Fue el noruego Roald Amundsen quien finalmente lo consiguió al clavar su bandera en los 9O9 latitud Sur, ese mismo año pero el 14 de diciembre. Aunque se trató del momento culminante, su aventura polar había comenzado mucho tiempo antes, al ser el descubridor del paso del Noroeste que unía el Atlántico con el Pacífico. Se dice que durante años se preparó para la conquista de los polos practicando deportes de invierno, bañándose en las aguas heladas de su país y estudiando la forma de vida esquimal. Todos esos conocimientos le sirvieron para preparar cuidadosamente el viaje que inició el 8 de septiembre de 1911 rumbo al Polo Sur. Además del clima, Amundsen debía superar a su rival Robert Falcon Scott, quien por esas fechas intentaba lograr el mismo objetivo. Después de tres meses de dura travesía el noruego ganó la carrera, por su elección acertada de llevar perros en lugar de los trineos a motor escogidos por Scott, saber administrar las provisiones y contar con un equipo que supo responder a la adversidad.

 Roald Amundsen
BAJO BANDERA NORUEGA. El explorador nórdico Roald Amundsen fue el primero en alcanzar el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911, También sobrevoló el Polo Norte.

La hazaña de Amundsen no sería conocida sino hasta el 7 de marzo de 1912 por las malas comunicaciones, con la pena de averiguar que su contrincante
Scott había perecido junto a sus hombres en el camino de regreso de aquel viaje prodigioso. Cuando el propio Amundsen sobrevoló en avión el Polo Norte, el mapa geográfico mundial quedó definitivamente completado. Con él terminaba la era de las grandes expediciones y la humanidad cerraba un brillante capítulo de su historia.

La última gran aventura.

Este repaso quedaría incompleto sin mencionar la que para algunos es la mayor aventura jamás emprendida por el ser humano: la llegada a la Luna. Después de numerosos intentos, el 16 de julio de 1969 despegaba de Cabo Cañaveral el Apolo XI, un módulo lunar que hoy sería calificado de rústico por la escasa velocidad de sus computadoras, sus reducidas dimensiones, la incomodidad de la cabina y los problemas que no se pudieron solucionar por falta de conocimientos. Por fortuna, nada impidió que el módulo Eagle se posara sobre la superficie lunar cuatro días después. La frase del capitán Neil Armstrong, “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, resumió a la perfección el sentido de aquel viaje que no sólo culminaba un sueño ancestral, sino que abría las puertas a un Universo que aún sigue sin conquistarse.

En la actualidad las proezas hasta aquí relatadas son vistas como aventuras más o menos exóticas y quizá no nos damos cuenta de que el mundo fue cambiando tras cada uno de estos episodios, marcando un antes y un después en la percepción que el hombre tenía sobre el planeta y sobre sí mismo.

Otros viajes relevantes:

La gran aventura africana.

A finales del siglo XIX, el interior del continente africano aún era un gran misterio y sólo sus costas estaban debidamente cartografiadas. Tuvo que llegar una nueva generación de exploradores para que el mundo supiera qué escondían aquellos extensos territorios; de aquellos hombres, el más importante fue el doctor y misionero escocés David Livingstone. Nacido el 19 de marzo de 1813, su primer contacto con África se produjo en la primavera de 1841, cuando decidió predicar el cristianismo en el interior del continente. Gracias a él fueron conociéndose nuevas culturas, a la vez que descubría accidentes geográficos tan relevantes como las cataratas Victoria o el extremo sur del lago Tanganea. Ni la enfermedad ni los ataques de animales o tribus hostiles pudieron con su tenacidad, que lo llevó a permanecer 32 años en África, moviéndose sin cesar por selvas y desiertos; su aportación a la ciencia lo hizo merecedor de un lugar de honor en la abadía de Westminster a su muerte en 1873.

Su huella fue seguida por otros aventureros como Burton y Spere, cuya meta más importante consistió en descubrir el nacimiento del río Nilo: las Montañas de la Luna. Su viaje transcurrió durante 1857 y en él ambos estuvieron a punto de fallecer. Cuando regresaron a Inglaterra, Spere defendió haber localizado el nacimiento. Y aunque se equivocara en ese hallazgo, los dos ingleses contribuyeron a completar el conocimiento que se tenía del continente negro, junto a otros nombres ilustres como Manuel Iradier o Henry Stanley.

James Cook y el Endeavour.

«Tras el descubrimiento de América, Europa dirigió su mirada al nuevo continente para repartírselo por áreas de influencia. Mientras eso sucedía, la zona austral continuaba siendo una incógnita. Navegantes como el español Alvaro de Saavedra relataban la existencia de islas todavía por explorar y se vislumbraba que un gran continente podía esconderse en aquellas aguas.

A ese hipotético territorio se referían los marineros como Terra Australis. Así fue como el 13 de abril de 1769 el cartógrafo y capitán de navío británico James James Cook llegó a la zona dispuesto a descubrir de una vez por todas lo que escondía el último confín del planeta.

A bordo de su barco, el Endeavour, realizó una primera excursión de tres años durante el cual se convirtió en el segundo europeo en alcanzar las costas de Nueva Zelanda y el primero en cartografiarlas. Además, descubrió decenas de islotes e islas de considerable tamaño hasta que, por fin, se encontró con la costa sudeste de Australia y la fue remontando.

A su regreso a Inglaterra, Cook fue tratado como héroe porque no sólo había localizado un nuevo continente, sino que también entrado en contacto con sus habitantes, estableciendo relaciones con una cultura aislada durante miles de años. A ese primer viaje le seguirían dos más, pues Cook moriría en el tercero durante un enfrentamiento con los indios originarios de Hawái el 14 de febrero de 1774. Sin embargo, para entonces el explorador ya había conseguido cartografiar con gran precisión extensas áreas de un Pacífico que aún seguía viéndose como un mar misterioso y plagado de peligros.

 

Por Iván Rámila

 

1 comentario en “Viajes que cambiaron el mundo”

  1. hay aun una ultima frontera que falta por explorar, el oceano, que a pesar que a sido explorado una parte, hay partes que debido a su profundidad no se a podido explorar mas a fondo y es por eso que luego aparecen animales nuevos

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