Un plato extra – Creepypasta

Mi abuelo falleció hace dos semanas. Después de sepultarlo, la familia se sentó en la sala de su casa y conversamos sobre los buenos recuerdos que teníamos con él. Todos los nietos recordaban las diferentes voces que imitaban cuando estaba leyendo historias, incluso si se trataba un artículo en el periódico.

fantasma suicidio

Mi abuelo nació en Polonia en 1929, tenía 14 años cuando su familia fue capturada y trasladada a Auschwitz-Birkenau por el régimen nazi.

A los nietos jamás llegó a contarnos cómo había sido su vida en el campo de concentración. Pero tampoco se lo preguntamos. Por lo que sé, tuvo dos hermanas más pequeñas y un hermano menor, también tres hermanas y dos hermanos mayores. Los tres más pequeños murieron apenas llegaron al campo. Durante la estadía en ese lugar la familia se descompuso. El jamás volvió a ver a dos de sus hermanas mayores, que murieron a las pocas semanas allí dentro. Su madre también murió al poco tiempo de haber llegado.

Mi abuelo y lo que quedó de su familia vieron la libertad en 1945, cuando él ya tenía 16 años. Sufrió de estrés postraumático severo durante el resto de su vida. Conoció a mi abuela casi al cumplir los 30 cuando se mudó a los Estados Unidos donde se casó e inició una familia.

Mi abuelo parecía un tipo muy normal. Nunca fue senil, incluso en sus últimos años de vida. A sus 60 años ya no sufría más del estrés provocado por aquellos años de guerra, y con esto me refiero a que ya no despertaba en el medio de la noche gritando, había suprimido el miedo a los espacios pequeños y no entraba en un estado catatónico cada vez que veía una bandera nazi. Él fue uno de los hombres más fuertes que he conocido, tanto mental como emocionalmente.

Sin embargo, hacía algo que siempre me pareció extraño. Cada vez que comíamos juntos, servía un plato demás. Incluso en los restaurantes, el pedía dos platos. Pero jamás comía los alimentos del otro plato, y nunca dejaba que nadie comiera de allí.

Recuerdo que cuando era pequeño vivía preguntándole por el tema, y siempre me respondía lo mismo: “una tradición antigua de Polonia”. Creí en esto hasta que llegué a la universidad y comencé a leer sobre mis antepasados y toda la cultura polaca. Recuerdo muy bien lo que mi abuelo decía, pero cuando hice una extensa investigación sobre el tema, no encontré nada sobre dicha tradición.

Por eso, cuando estábamos todos reunidos conversando el recuerdo de mi abuelo, decidí que era un buen momento para intentar comprender por qué hacía aquello del plato. Saqué el tema a discusión y todos opinaron hasta que le preguntamos a la abuela si sabía las razones de esto.

Lo dudó un momento, pero entonces empezó a hablar:

“Birkenau era un sitio lleno de violencia. Nunca tenían ropa suficiente para protegerse de los severos inviernos. Todos enfermaban. Todos tenían piojos. Su abuelo era un joven muy inteligente, su padre que había servido en la Primera Guerra Mundial les había enseñado a sus hijos todo lo que sabía de supervivencia en ambientes hostiles. Los prisioneros recibían porciones diminutas de comida. A su abuelo se le ocurrió hacer un pacto con una niña de su edad en el que, cada día, se cedían la porción de comida que recibían para que, en lugar de que todos los días no comieran lo suficiente, incluso si aquello no hacía una diferencia significativa en su hambre, por lo menos estarían con más fuerzas un día mientras el otro aguardaba su turno.

Esto funcionó durante algún tiempo, pero mientras más permanecían allí, más enfermaban. Eventualmente la niña enfermó de tifo. Se debilitó mucho. A él lo cegó el hambre. Le decía que ya la había alimentado, pero nunca lo hacía. Conservaba la comida solo para él. Ella estaba demasiado enferma como para comprender lo que estaba pasando a su alrededor. Y finalmente la joven murió, a los pocos días los prisioneros fueron liberados de los campos”.

Nos quedamos sin palabras, sentados con extrema incredulidad hasta que mi abuela volvió a hablar.

“Después que fue liberado del campo, no pudo contarle a nadie lo que había hecho. Estaba tan avergonzado. Intentó vivir normalmente, pero las cosas nunca volvieron a ser normales. Una vez se derrumbó y me contó que cada vez que se sentaba a comer, podía escucharla llorar. Fue así que todo empezó. Eventualmente pudo verla, sentada en la mesa a su lado.

niña fantasma

Creí que era una manifestación del trauma, pero entonces también empecé a verla. Se sentaba en la punta de aquella mesa de allí – mi abuela apuntó al viejo comedor – nunca hablaba, simplemente lloraba. Nunca logramos comer allí sin que ella se manifestara. Con el paso del tiempo la casa empezó a oler a mortandad y enfermedad, todo el tiempo. Un frío absoluto se apoderó de la casa, incluso en verano. Encontrábamos animales muertos dentro, con señales de mordidas. Aquello tenía que parar. Entonces, un día, a Abraham se le ocurrió la idea de servir un plato para ella. Las cosas empezaron a mejorar con cada día que le servía comida, con cada alimento que le ofrecía. Eventualmente la casa dejó de oler mal, el frío se fue y los animales dejaron de aparecer. También dejamos de verla. En realidad, nunca más la volvimos a ver”.

Ninguno de los presentes sabía qué decir. Nuestro abuelo había sido siempre un hombre muy escéptico. No creía ni en Dios. Todos estuvimos de acuerdo en que aquello era una ilusión del estrés postraumático que estaba sufriendo y que mi abuela decidió compartir su dolor y locura.

Por supuesto, hasta que la escuchamos llorar.

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