Antes una breve introducción: cumplía una pena de 15 años en una prisión al sur de Arizona. Las razones por las que terminé en este lugar no son relevantes. En todo el tiempo que estuve allí sucedieron incontables acontecimientos que nadie pudo explicar, y muchos otros de los que nadie quiso saber.
Todo empezó como una leyenda de la prisión. Supuestamente, algo extraño e inexplicable sucedió en el reclusorio. Cada mañana nos despertaban y teníamos que formarnos frente a nuestras celdas mientras los guardias hacían una confirmación visual de nuestra presencia en el lugar. Cuentan que un año antes de que yo llegara, el suceso más brutal e inexplicable sucedió durante una de estas rutinas. Un recluso que habitaba solo en una de las celdas se veía muy mal durante la revisión.
Cuando el custodio llamó a otro compañero para que lo apoyara, se dieron cuenta que no era el prisionero que esperaban. Era una persona completamente diferente. Este sujeto llevaba la piel de otro hombre sobre él. Pobremente ajustado, el órgano lo cubría otorgándole una apariencia monstruosa. Pero, lo más aterrador fue que el tipo que portaba la piel no era el recluso.
Se preguntaban cómo logró entrar a la prisión y a la celda. Lo peor fue que ni siquiera podían determinar de quién demonios se trataba. No llevaba ningún tipo de documentación y, para empeorar las cosas, jamás pudieron localizar el cadáver al que pertenecía la piel que vestía el desconocido.
Sé que es una situación espeluznante. Y también sé que no encaja en la definición de un cambiapieles, como lo llaman en prisión. Tampoco ayudó mucho que este personaje jamás expresara una sola palabra. Esto fue lo que dio inicio a la superstición de los cambiapieles en el patio de la prisión.
Supuestamente, el desconocido fue enviado a otro lugar un mes después del acontecimiento, y todos los que habitaban el mismo bloque sintieron un gran alivio por esto. La leyenda llegó a mis oídos el segundo día de mi estancia. Qué gran historia para escuchar en un sitio que será tu hogar durante década y media.
Claro, este hombre se convirtió en El Cambiapieles de la prisión, pero a largo plazo logró que un viejo recluso navajo contara a todos los presos la naturaleza de los auténticos cambiapieles. De hecho, parecía que gran parte de la cultura carcelaria giraba en torno a estas figuras míticas.
Dicen que los cambiapieles son difíciles de identificar a primera vista, pero si logras sobrevivir a la presencia de uno durante un par de minutos, se vuelven fácilmente reconocibles por los gestos fuera de lugar. Son capaces de imitar el habla humana pero no replicarla. Sufren contracciones maniáticamente, y su forma de andar es antinatural. Supuestamente mejoran con la experiencia. José, el viejo navajo, aseguraba que había un cambiapieles viviendo en la prisión, seleccionándonos lentamente con el paso de los años. En cierto momento llegó a referirlo como el «Gran Maestro Cambiapieles».
Supuestamente, imitaba el comportamiento humano tan bien que ni siquiera te habrías dado cuenta que se trataba de tu compañero de celda durante un día o dos. Un cambiapieles aprovecharía cualquier oportunidad para matar, pero éste se dio cuenta que tenía un suministro constante de víctimas y, según José, esperaba su turno magistralmente.
A muchos reclusos les parecía hilarante. Otros se ponían realmente nerviosos con el tema. Ocasionalmente, el encierro termina doblegando a las personas. Muchos han encontrado a sus compañeros de celda balanceándose frente a la litera, colgando con un pantalón atado al cuello. A veces, el encierro es insoportable. Sin embargo, en aquel bloque las personas solían desmoronarse de una manera muy distinta.
No era durante un motín en la comida, o con un suicidio silencioso en la noche. Los compañeros simplemente dejaban de hablar. Se acurrucaban y daban vueltas en el mismo lugar. Cualquier interacción que se producía era, mayoritariamente, por la ventana. Se aislaban durante el tiempo de recreación, y dejaban que el cabello le colgara frente al rostro.
Nadie habla del tema. Creen que sí lo hacen, serán los próximos. Yo pensaba lo mismo. No sabía si era obra del cambiapieles, o simplemente las personas se volvían locas. Y tampoco quería averiguarlo. No era una regla establecida, pero cada vez que un recluso se doblegaba de esta forma, no pasaban más de 15 días antes que fueran «transferidos» o «enviados» a Dios sabe dónde en total hermetismo.
También estaban los sucesos nocturnos. Unas ráfagas de sonido breves y fuertes se hacían eco en aquel bloque cada hora de la noche de forma regular. Era una mezcla horrible entre los chillidos de un cerdo sacrificado y el chirrido de las uñas sobre una pizarra. Es otra cosa de la que nadie prefiere hablar. Pero lo más aterrador eran los pasos y las sombras.
El bloque estaba precariamente iluminado por unas luces que colgaban del techo fuera de las celdas, y los reclusos estaban en penumbras. Yo mismo observaba regularmente esas sombras revoloteando sobre mis paredes cuando, definitivamente, no había custodios cerca. Cierta ocasión, ya casi para cumplir mi sentencia, desperté, miré a la pared del fondo y encontré la silueta de una persona parada en ese lugar. Al revisar, encontré a mi compañero de celda dormido y no había nadie fuera de mi celda.
Y los pasos. Todos odiaban los malditos pasos. Era la parte más inquietante de las noches. A veces, con mucho menor frecuencia que las sombras, era posible escuchar pasos impíos y apresurados. El sonido se parecía al de unos pies mojados golpeando un suelo de baldosas. Lo que sea que los producía, se desplazaba de un extremo del bloque al otro en un instante. Sin lugar a dudas, aquello no era humano. Si tenías la mala suerte de estar despierto antes de que empezaran, para el momento en que escuchabas los pasos al lado de tu celda y girabas la cabeza para ver a esta cosa corriendo, sonaban como si estuvieran tres celdas más allá de ti. Todos odiaban los pasos. Lo acepto, yo también creí que eran lo peor.
Salí de este lugar hace casi un mes, y tengo muchas otras historias que contar. Les puedo jurar que era mi turno. Aproximadamente una semana antes de que me otorgaran la libertad, mi compañero de celda y buen amigo mío se “doblegó”. Como habían hecho otros reclusos. No pude dormir en toda la semana. Por supuesto, dormí, pero no más de 10 minutos a la vez. Jamás le di la espalda a mi compañero. ¿La peor parte? Una noche me desperté y lo observé arrastrando el cuerpo entre los barrotes de la celda. Yo ni siquiera podía sacar el hombro, pero, la peor parte, era que regresaba al lugar.
El día que me liberaron no le dije una sola palabra. Simplemente salí. Parecía estar bien con eso, y yo también. Había sobrevivido a 15 años de peleas en la prisión, motines de pandillas y, por lo que sé, los secuestros de un cambiapieles. Salí por la puerta de enfrente como un hombre que recuperaba su libertad. Mientras caminaba por la cerca hacia el patio, observé a mi compañero de celda, parado a solas, como había estado durante la última semana. Negué con la cabeza, sin saber si se trataba realmente de él. Eché un último vistazo al patio, esta vez desde el otro lado. Aunque desearía no haberlo hecho.
Allí, parado solo, al otro lado del patio, estaba José. Encorvado, observaba a los otros reclusos mientras se retorcía maniáticamente.
esta muy mal planteado, no es bueno en realidad, pero para los que no entendieron, parece, ya que en algún momento confunde todo, el narrador si era el que salio, el compañero de celda era un cualquiera y Jóse el «navajo» que les contaba acerca de las leyendas era el mismo cambiapieles
La verdad el narrador no era el cambiapieles, su companero de celda Jose, era el cambiapieles y estaba tan cerca del narrador que solo descubrio que estaba tan cerca del cambiapieles una vez que habia salido de prision.
Jajajaja estaba seguro que era el narrador, buen giro
La verdad no me quedó muy clara la historia 🙁
honestamente yo no entendi
Que buena creepypasta como siempre esta página publicando calidad gracias por la página Hery