Estaba recostado a solas en mi habitación esa vez que escuché la voz, profunda y crepitante, que provenía de abajo de la cama.
“Oye”, dijo la voz.
Intentaba convencerme de que aquello era producto de mi imaginación.
“Oye, muchacho”, repitió la voz.
Junté las rodillas contra el pecho y puse la cabeza bajo el cobertor en un intento por lograr que aquella voz se callara. Una gélida ráfaga de viento entró por la ventana y movió las persianas.