La mayoría de las personas concibe a los “trastornos mentales” como un conjunto de delirios que implican ideas extravagantes e irracionales sobre las personas que los padecen y el mundo que los rodea. ¿No es un trastorno mental, después de todo, una deficiencia o distorsión en el pensamiento o la percepción?
Es lo que tendemos a creer, y en gran parte de la historia en la psicología moderna, los psicólogos están de acuerdo; las percepciones realistas han sido consideradas esenciales para una buena salud mental. Sin embargo, también han surgido algunas investigaciones que desafían la noción de sentido común.
En el año de 1998, los psicólogos Shelly Taylor y Jonathon Brown publicaron un artículo donde hacen una inquietante reclamación de que el autoengaño positivo es una parte normal y beneficiosa para la visión cotidiana de las personas. Sugirieron que el individuo promedio tiene sesgos cognitivos en tres áreas claves:
- a) Viéndose a sí mismo en términos exageradamente positivos.
- b) Creyendo que tienen un mayor control sobre su entorno de lo que realmente posee.
- c) Formulando expectativas sobre el futuro que son más positivas de lo que la evidencia puede justificar.
Aparentemente, el individuo promedio depende de estos delirios de felicidad para mantener la autoestima que le permite funcionar en un día normal. Y es precisamente cuando estas fantasías comienzan a desmoronarse que surgen los problemas.
Consideremos los trastornos alimenticios, por ejemplo. Generalmente se cree que una imagen poco realista del cuerpo es un factor importante en el auto-abuso que caracteriza a la anorexia y la bulimia. Sin embargo, un estudio de la Universidad de Maastricht, en los Países Bajos, llevado a cabo en 2006 llegó a una conclusión muy diferente.
En este caso, se les pidió a grupos de mujeres normales y con desórdenes alimenticios que evaluaran el atractivo físico de sus propios cuerpos. Después fueron fotografiadas del cuello hacía abajo, y se convocó a un panel de voluntarios para evaluar las fotos y puntuar la apariencia de las mujeres de forma objetiva. Según se pudo observar en los resultados, las mujeres normales se evaluaron a sí mismas de una forma mucho más positiva de lo que lo hicieron los voluntarios del panel, mientras que la autoevaluación de las mujeres con desórdenes alimenticios estuvo más próxima a las calificaciones objetivas del panel.
Es decir, los sujetos con trastornos alimenticios poseían una imagen corporal más realista que las mujeres normales. Pese a estos resultados tan inesperados, es importante tener en cuenta que el estudio se basó en un concepto amplio de “atractivo” en lugar de específicamente en peso corporal – mientras que las mujeres con trastornos alimenticios quizá se otorgaron una puntuación menor debido a que se sentían “gordas”, el peso fue una variable controlada y no la base para las evaluaciones de los voluntarios.
Estudios sobre depresión clínica arrojaron resultados semejantes, lo que lleva al planteamiento de un intrigante, aunque todavía controversial, concepto conocido como realismo depresivo. Esta teoría sugiere que las personas deprimidas poseen percepciones más realistas sobre su propia imagen, importancia y habilidades que las personas normales. Pese a que aún se acepta de forma general que las personas con depresión pueden tener un sesgo negativo en la interpretación de los eventos y la información, el realismo depresivo sugiere que a menudo simplemente responden racionalmente a realidades que las personas promedio simplemente niegan con alegría.
Los individuos con trastornos paranoides en ocasiones también pueden tener una cierta visión inusual. A menudo se ha afirmado que con cada sistema delirante, existe un núcleo de verdad – y en la búsqueda de conspiraciones imaginarias contra ellos, estos individuos frecuentemente muestran un ojo excepcionalmente agudo para las cosas reales. Las personas que interactúan con ellos pueden resultar sorprendidas cuando se ven acusados de albergar alguna opinión negativa sobre la persona que, secretamente, en realidad tienen. Para complicar el asunto, por supuesto, está el hecho de que si esa supuesta aversión no existía antes, se genera automáticamente después de un encuentro tan desagradable.
Como es de imaginarse, estas cuestiones presentan algunos problemas cuando llega la hora de tratarlas. ¿Cómo se puede convencer a una persona deprimida de que “todo está bien” cuando su vida realmente apesta? ¿Cómo convencer a un obsesivo-compulsivo para que deje de lavarse las manos tan religiosamente cuando la verdad es que lo que se tiene después de un lavado “normal” de manos sería suficiente para hacer temblar a cualquier persona?
Estos problemas llevan a los terapeutas a la curiosa posición de enseñar a sus pacientes a desarrollar patrones irreales de pensamiento – patrones que llevan a los individuos a ver el mundo como un lugar más optimista de lo que en realidad es. Contrariamente a lo que parece, es justificable pues lo que define al trastorno mental no es el pensamiento racional o ilógico, sino el comportamiento anormal que genera un malestar significativo e impide el funcionamiento normal de la sociedad. El tratamiento se enfoca en restaurar en la persona los niveles normales de funcionalidad y satisfacción, incluso si ello significa construir pensamientos que no son precisamente “racionales” o “realistas”.
Es un tema desconcertante. Ciertamente resulta mucho más fácil creer que los desórdenes mentales pertenecen a los “locos” andando de forma extraña con creencias inexplicables en sus cabezas, que imaginar que son personas que hacen frente a un trozo de realidad que las personas “normales” no pueden soportar. La noción de que rutinariamente nos ocultamos de la verdad sobre nosotros mismos y nuestro mundo no parece nada atractiva, pese a que explicaría la tendencia humana a condenar al ostracismo a lo anormal. Quizá la razón por la que nos mostramos tan ansiosos de rechazar cualquier desviación de esta ficción que llamamos “normalidad” es porqué hemos crecido sobre nuestras cómodas ilusiones; sin ellas, no quedaría nada para protegernos de la dura realidad.
Yo personalmente no necesito una mentira que me resuelva la vida. Prefiero la verdad aun que nunca sea buena, nunca nadie dijo que la vida fuese un campo de flores, y si lo fuera en todo caso serian rosas (Son bonitas, pero poseen espinas) En realidad los comprendo, en cierto modo me gustaria poder ver el mundo como lo hacen otras personas, ¿Pero para que torturarse? Una vez la verdad es descubierta no puede ser ignorada, por muchas mentiras que la adornen seguira estando ahí. Aun que siempre es bonito saber que algunos pueden vivir en su mundo de fantasia. ^^
tiene que ver con el caracter de la persona en cuestion, las expectativas y la autoimagen… no todo el realismo depresivo es «malo» son los llamados «personas negativas» opuesto a los «positivos» hay que tambien considerar que ciertas personas demasiado «positivas» no solo toman pesimas decisiones creyendo que «todo va a estar bien» sino que tambien, no tienen buen juicio y a veces (o siempre) son irritantes, precisamente porque no ven el panorama completo…
ya por fin se lo que siento realismo depresivo
Un poco de mentira en la realidad es necesaria para seguir adelante y convivir en sociedad. Si fuéramos completamente objetivos con la realidad sería muy dura la vida.
Se que mi TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) me sitúa más cerca de la realidad…
Vaya, yo cuadro por completo en el «autoengaño positivo», sobretodo en la segunda y en la tercera.
Lamentablemente esto es una realidad, necesitamos de un estímulo que nos permita mantenernos relativamente felices y seguir adelante (Las religiones son un ejemplo de esto). Suena deprimente, sin embargo, no es malo, ya que una de las cosas que menos necesita el mundo es la infelicidad.