Cuando tenía diez años de edad, mi tío Roberto falleció en un trágico accidente automovilístico. Me encontraba en el auto junto a él, acompañado también de mi tía Emilia, mientras nos dirigíamos al hospital. “Lo siento”, fueron las últimas palabras de mi tío.
Mamá murió durante el parto y mi padre se quitó la vida poco después. Sería su hermano, mi tío Roberto, quien me criaría desde que nací. A los ocho años me involucré en mi primera pelea. Ya sabes, las típicas tonterías que uno hace en la escuela. No recuerdo el motivo, pero sí el dolor que me dejó aquel enfrentamiento. El dolor de un fuerte golpe en el estómago que provocó que el moretón que me había hecho un día antes se hiciera aún más grande.
A los siete años de edad sufrí mi primera fractura. Una vez más, los recuerdos no son muy claros. Lo único sobre lo que tengo memoria es de un inmenso dolor y después todo se volvió negro. Desperté en el hospital con un yeso en mi brazo y mi tío Roberto observándome con las manos temblorosas. “¿Qué… pasó?” pregunté mientras intentaba sentarme en la cama. En ese momento, la cortina de plástico se abrió de golpe y apareció una afable enfermera.
“Entonces, ¿cómo estamos por aquí? Parece que te caíste por las escaleras… tienes varios moretones… ¿al menos aterrizaste bien?”, bromeó y me guiñó un ojo, logrando que esbozara una pequeña sonrisa.
“Estoy bien”, mentí.
“Es un niño fuerte, ¿verdad, Daniel?” comentó mi tío, dándome un leve golpecito en la espalada. “Es un poco torpe…” En ese momento, solo podía pensar en lo cobarde que era.
Solo me tomó seis años de vida aprender mi primera lección importante sobre las mentiras.
Fue en mi cumpleaños. Mi tío estaba sentado en el suelo de mi habitación, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas, frotándolas nerviosamente debido a la creciente ansiedad.
“Muy bien, Daniel, quiero que pongas atención… abajo están tus amigos y sus padres… probablemente te pregunten sobre tus moretones, y quiero que les mientas. ¿Entiendes? Quiero que digas que estabas jugando en el jardín y te caíste… ¿De acuerdo? ¿Lo prometes?”. Incluso a esa edad, sabía que él quería que mintiera para protegerse a sí mismo.
Asentí con la cabeza.
“Quiero escuchar que me lo prometes”.
“…”
“Por favor, Daniel… sabes lo que podría pasarte si no lo haces”.
“…Lo prometo”.
Cobarde.
A los cinco años, asimilé lo triste y dolorosa que sería mi vida.
“¡Daniel!” gritó mi tío. “¡Baja, por favor!”, gritó con voz trémula.
Doblaba una esquina cuando recibí el primer golpe, directo y certero, seguido de una risa siniestra y malévola. Mi tía Emilia, visiblemente alcoholizada, me dio un derechazo en la cara mientras mi tío Roberto sollozaba en cuclillas en una esquina como el cobarde que era.
Cuando tenía diez años de edad, mi tío Roberto murió en un accidente automovilístico. “Lo siento”, fueron las últimas palabras que me dijo.
“Por favor, no me dejes con ella…”, fueron mis últimas palabras para él.
Quien es el tio Kevin?