“¡Yo soy el verdadero!”, me gritó el hombre que podría ser Matías. “¡No, yo soy el verdadero! El hombre al que juraste fidelidad frente al altar”, exclamó el otro que también podría ser Matías. Los observé con detenimiento mientras les apuntaba con la escopeta. En el mundo entero no se hablaba sobre otra cosa que no fuera la aparición de estos dobles, aunque nunca creímos que nos pasaría a nosotros.
Matías insistió en que aprendiera a usar la escopeta, a sabiendas del odio tan grande que tengo por las armas. Mientras los veía, me percaté que ambos tenían la misma ropa, el mismo corte de pelo y hasta el ridículo corbatín que tantas veces le dije que tirara a la basura. Los mismos ojos, llenos de desprecio. El mismo tono de voz, molesto porque tardaba demasiado en decidir. Respiré profundo y sujeté la escopeta con fuerza.
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“!Maldición, Sandra! ¿Acaso no puedes distinguir a tu esposo de uno falso?”, gritó el primer Matías. Parecía que el segundo también gritaría, pero entonces me habló con una voz suave que no escuchaba desde hacía años. “Jamás te volveré a pedir que me prepares albóndigas de carne. Sé lo mucho que las odias. Y te prometo que nunca más volveré a compararte con mi madre. No es justo para ti. Me disculparé con Arturo por correrlo de la casa después de salir del clóset. Intentaré ser una mejor persona, un mejor esposo, un mejor padre. Por favor, no me dispares”.
“¡Imbécil!”, gritó el primer Matías lleno de felicidad. “Me habían dicho que los dobles eran débiles, pero no pensé que tanto. Ni siquiera tienes valor, y ahora Sandra sabe quién de nosotros es el verdadero”.
Asentí lentamente con la cabeza mientras parpadeaba por los nervios. “Así es. Ya sé cuál de ustedes es mi verdadero esposo”. Y entonces disparé.
El doble se estremeció con el escopetazo, estaba convencido de que sería él quien recibiría la lluvia de perdigones. Miró hacia el otro lado y entonces soltó un profundo suspiro. Se levantó y me miró con preocupación mientras dejaba la escopeta en el suelo. Se aproximó y puso sus manos en mis hombros. Y con aquella voz que tantas veces anhelé escuchar preguntó: “¿Estás bien?”.
Temblando por lo que acababa de hacer, asentí nuevamente. Entonces lo miré y le dije: “te reportaré si me mentiste sobre los cambios que prometiste hacer. No creo que sea la única en cometer el ‘error’ de disparar al equivocado”.
El doble de Matías negó con la cabeza y me sonrió con ternura. “No, claro que no. Es arriesgado, pero resulta mucho más fácil para nosotros convertirnos en esa versión que la persona no echa de menos. Y siempre podemos justificar el cambio por la forma diferente de ver la vida tras una experiencia tan traumática”.
Se quitó el corbatín y lo miró con desagrado, entonces lo arrojó al bote de basura.
“Hasta ahora nadie ha puesto queja”.
Si bien obvio, estuvo genial
Predecible pero GOD