¿Cómo empezar mi historia con un árbol? En realidad, se trata de una lección sobre la importancia de la vida y la gratitud. Era una niña solitaria y flacucha cuando el abuelo me lo obsequió. Llegó a casa con una plántula de manzano. Era lo único que se le ocurrió, pues mi padre le dejó bien claro que no podía tener un perro. Además de pequeña, me acusaba de ser una irresponsable.
El abuelo consideró que un árbol no sería tan difícil de cuidar. Solo había que regarlo, orientar sus ramas y llenarlo de amor. Para cuando cumplí los 15 años ya tenía un novio, un chico atractivo con el que disfrutaba pasar el tiempo. Solíamos recostarnos bajo la sombra de aquel manzano y llegamos a grabar nuestras iniciales en su tronco. Pero, a veces la naturaleza te hace saber lo mucho que le importas de formas muy extrañas.
En esa misma época recuerdo una noche que llovía con mucho viento. Las ramas del manzano golpeaban sobre mi ventana y el viento surcaba sus hojas con un tenue silbido. Era como si quisiera decirme algo. Entonces, decidí que las ramas crecieran libremente dentro de mi habitación. Jamás me sentía sola, siempre estaba acompañada de mi amigo el árbol. Además, era un confidente que guardaba todos mis secretos.
Atestiguó aquella noche que perdí la virginidad, sosteniendo nuestras prendas como si fuera un perchero, y observándonos al mismo tiempo. A mi novio le incomodaba un poco esta obsesión. Me decía rara por tratar al árbol como un miembro más de la familia. Incluso llegó a sentir celos del manzano, pues creía que lo consideraba más especial que él.
Entonces, para demostrarle mi amor corté una de las ramas que habían crecido dentro de mi habitación. Tristemente, esto me lastimó más que los sentimientos. En el momento que rompí esa rama, algo dentro de mí también se quebró. Tal vez un órgano o una vena, pues mi cuerpo se estremeció e inmediatamente después caí al piso. Mi novio salió corriendo para llamar a mis padres. Aunque en el hospital diagnosticaron una hemorragia interna, el médico confesó a mis padres que no determinaron la causa.
Por supuesto, yo tenía la certeza de lo que pasaba. Siempre supe que mi manzano era especial, por eso lo alimenté con mi propia sangre y sudor desde que era una niña escuálida y sin amigos. Ocasionalmente abría sus ramas y dejaba caer unas gotas de sangre que salían de un pequeño corte en mi dedo. Mi sangre se mezclaba con su savia y así fue como ambos crecimos cada vez más fuertes.
Lo curioso es que nunca me dio una sola manzana, hasta el día que regresé del hospital. En la rama más alta brotó un pequeño botón tan rojo como la sangre. Era el primer fruto que daba mi amigo el manzano. Seguí su crecimiento desde la ventana de mi habitación, era una manzana formidable y roja. Con un inusual tono brillante para esta fruta, tal vez causado por la mezcla con mi sangre.
No era algo común y debí darme cuenta que aquello no era parte del árbol, sino de mí. El fruto era un símbolo de todo lo que le había dado al manzano, quizá mi corazón, o algo más. Los días pasaron, la manzana maduró y finalmente cayó. La dejé descansar en el césped para que sintiera la brisa. Esperaría a que viniera mi novio para obsequiársela. Aún me sentía mal y él venía a visitarme regularmente. En aquella ocasión le dije:
“Gerardo, esta manzana, la única manzana que ha crecido en mi árbol, simboliza mi corazón. Quiero entregártelo, me gustaría que lo tomaras y devoraras para que se quede contigo por siempre”.
En retrospectiva, mi discurso fue algo mórbido y para nada romántico. Pero, en ese momento me sentí la mujer más romántica del planeta. Y Gerardo sentía que realmente lo quería, mucho más que al manzano. Me miró a los ojos y le dio un primer y único mordisco. Mientras tanto, yo pensaba que moriría como en Romeo y Julieta, junto al amor de mi vida que devoraba mi corazón. Pero no sucedió mayor cosa. Me dijo que la manzana era muy dulce y que la guardería para mostrársela a sus padres.
Los días pasaron y Gerardo simplemente desapareció. Ni una sola visita, una carta o llamada. El manzano tampoco sugería que algo extraño pasaba. Hasta que recibí aquella llamada de la mamá de Gerardo.
– ¿Bueno? Jenny, tengo algo malo que contarte. Gerardo no se sintió bien estos últimos días, y no lo dejé que saliera de casa. Estuvo vomitando bastante sangre y muy enfermo. En un estudio encontraron que algo crecía dentro de él, una cosa que le estaba consumiendo los órganos. Sé que es difícil escucharlo tan repentinamente. Pero, Gerardo falleció. No quería que empeorara si salía de casa, por eso no te fue a visitar. Llamo para avisarte que el sepelio será hoy por la tarde… ¿Jenny? ¿Jenny, estás ahí?
Mientras decía mi nombre, la mujer intentaba disimular el nudo que se había formado en su garganta.
Me quedé en silencio por algunos segundos antes de responder. Caminé lentamente hacia mi ventana y solté las primeras palabras mientras veía el árbol.
– Sí, señora. Es que no lo puedo creer, no sé cómo pudo suceder tan de repente. No sé qué puedo hacer para ayudarles.
– No te preocupes, no fue tu culpa. Espero que ya te sientas mejor y puedas venir. Gerardo te quería mucho, nunca lo olvides.
La mujer colgó el teléfono, y en ese momento aquel árbol que siempre me pareció tan pequeño e inocente ahora lucía enorme y retorcido. Podría jurar que sus ramas formaban una sonrisa. Yo sé que él murió después de comer la manzana, y que ese fruto no era mi corazón. Mientras estaba en aquella ventana, el viento sopló fuerte y arrojó una rama contra mi cuerpo. Me golpeó justo en el pecho rasgando ligeramente mi blusa.
Entonces lo entendí. Aquel árbol me salvó. La manzana no era mi corazón. Esa manzana era un tumor vascular que crecía en mi interior. Y yo se lo di a Gerardo para que lo comiera.
Lectura recomendada: Dendrofobia, el miedo irracional a los árboles.
Me dejó perpleja la historia, el dar un poder tan grande a una planta que de primera instancia siempre minimizamos es maravilloso, excelente historia.