En un recóndito rincón de México ubicaron una Cueva del Tesoro. Oculta en los sinuosos paisajes del estado de Querétaro. En este lugar surgió una ventana al pasado que desafía el conocimiento contemporáneo sobre las sociedades de cazadores-colectores que existieron en estas tierras hace milenios. El descubrimiento es un enigma que fascina y desvela a los arqueólogos involucrados en la exploración de sus secretos.
Exploradores de cavernas, cuyo afán por desentrañar los secretos del subsuelo no conoce límites, tropezaron con reliquias de una era distante en una estrecha galería de la Cueva del Tesoro en Cadereyta de Montes, Querétaro. Tras el aviso oportuno al Instituto Nacional de Antropología e Historia del México (INAH), un equipo de espeleólogos, bajo la dirección del arqueólogo portugués Paulo Campos, examinó el sitio con meticuloso esmero.
Armas milenarias.
La travesía para alcanzar la ubicación de los artefactos no resultó sencilla. Se adentraron por caminos estrechos hasta subir más de 180 metros desde el fondo de una garganta para llegar a la entrada de la gruta. Allí, les aguardaba una colección de vestigios antiguos que desvelarían aspectos inusitados de la vida prehispánica.
Entre lo descubierto destaca un atlatl, ingenioso dispositivo empleado para tirar lanzas o dardos, herramienta propia de los cazadores prístinos que recorrían estas tierras en busca de sustento. Acompañando a este hallazgo se localizaron dos dardos de madera y troncos trabajados que parecen haber servido como herramientas polivalentes o tal vez como implementos para excavar.
Dichos artefactos ofrecen pistas sobre las técnicas de caza y modo de vida cotidiano de las antiguas comunidades que habitaban la región. Carlos Viramontes, uno de los arqueólogos inmersos en la excavación y exploración del sitio, destacó la importancia de estos vestigios. Mencionó que estas comunidades deambularon por el área por más de 9 mil años, legándonos conocimientos de su existencia a través de arte rupestre y demás huellas arqueológicas.
Los instrumentos de caza datan de un periodo comprendido entre los años 7 y 132 d.C., según las rigurosas técnicas de datación por radiocarbono. La notable conservación de estas herramientas se le atribuye a la aridez del entorno, que favoreció la preservación de estos antiguos elementos casi por dos mil años.
Velo de misterio.
La exploración de la Cueva del Tesoro no solo es un viaje físico a las entrañas de la tierra, sino también un salto temporal al corazón de un mundo prehistórico. Los inusuales artefactos encontrados en esta gruta de Querétaro nos ofrecen una oportunidad para descifrar un capítulo oculto de la historia humana.
Los misterios que envuelven la caverna se profundizan al considerar la ausencia de otros elementos típicos de asentamientos prehispánicos. Esta particularidad despierta la pregunta inevitable entre los descubridores: ¿Cuál era el propósito de la presencia de estos objetos en un lugar tan remoto y de difícil acceso? La respuesta podría reescribir lo que sabemos sobre el comportamiento y las prácticas sociales de las sociedades antiguas.
El rastro que dejaron las tribus nómadas es palpable en el arte rupestre que se extiende en la región, complementando a los artefactos. Este legado pictórico da fe de la conexión espiritual y artística de estas comunidades con su entorno. Carlos Viramontes nos recuerda que el valor de estos vestigios no es meramente histórico o científico, sino también cultural y humano.