El Estadio Nacional de Chile, construido entre 1937 y 1938 por el arquitecto austríaco Karl Brunner y oficialmente llamado Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, es un recinto de usos múltiples ubicado en la ciudad de Santiago, la capital de Chile. Aquí es donde generalmente la Selección Nacional de Fútbol de Chile y el equipo de la Universidad de Chile disputan sus encuentros. Arturo Alessandri Palma, entonces presidente de la nación, inauguró el estadio el 3 de diciembre de 1938.
El régimen militar en Chile.
En septiembre de 1973, una facción de militares chilenos consumó el golpe de Estado. Augusto Pinochet encabezaba el ataque al Palacio de la Moneda, la residencia oficial del presidente chileno. Aviones de la fuerza aérea surcaron el cielo de Santiago y bombardearon la residencia oficial de Salvador Allende. Acorralado, el presidente se “suicidó”. En ese momento se abría la puerta a la instauración de un régimen dictatorial que se mantendría durante más de 15 años y que dejaría marcas profundas en la sociedad chilena.
En esta serie de eventos que definió la historia, el fútbol pasó a tener una relación bastante cercana con la imposición golpista en Chile. Esto se debió a que el Estadio Nacional en Santiago fue transformado en una máquina de tortura y castigo por los militares chilenos. Aquí se recluyó a aproximadamente 40,000 presos políticos, se desarrollaron los métodos más inhumanos del régimen e incluso se promovieron las ejecuciones extrajudiciales de los opositores.
Los prisioneros eran interrogados y torturados en la pista olímpica, ante la mirada de sus compañeros que tomaron aquello como una advertencia sobre lo que podía pasarles si no cooperaban con los militares.
Todavía en 1973, en el propio Estadio Nacional, la selección chilena disputaría el juego de repechaje en las eliminatorias contra la Unión Soviética. Fue uno de los momentos de mayor influencia política en la historia de los mundiales de fútbol que, curiosamente, concluyó de forma inesperada.
Un partido de fútbol que cambió el destino.
El primer encuentro entre las escuadras tuvo lugar el 26 de septiembre de 1973 en el estadio Lenin, en Moscú, partido que concluyó con un empate cero a cero. Para el encuentro de vuelta en Santiago, se comisionó a miembros de la FIFA para que investigaran las condiciones del Estadio Nacional, el núcleo de torturas del régimen de Pinochet.
Sospechosamente, la comisión liderada por Stanley Rous tuvo una reunión con el Ministro de defensa y no encontró ningún tipo de objeción para el desarrollo del encuentro. Sin embargo, los soviéticos se negaron a disputar el encuentro en un estadio que, según ellos, “se encontraba manchado con la sangre de los patriotas chilenos”. La FIFA intentó que el equipo local cambiara el lugar del encuentro, pero no tuvo éxito.
Los soviéticos siguieron en su negativa de enfrentarse a Chile, por lo que la selección terminó clasificado a la Copa Mundial de 1974 habiendo ganado por default. Pese a esto, en la fecha que se había pactado para el encuentro el estadio se encontraba repleto de aficionados, que asistieron a ver un espectáculo de pases que se extendió durante apenas 50 segundos, hasta que la selección chilena marcó un gol simbólico, concretando de esta forma su “victoria” sobre los soviéticos que no asistieron al encuentro.
Una vergonzosa derrota.
Sin embargo, los altos mandos chilenos decidieron que se debía realizar un partido de fútbol para ratificar la clasificación de Chile a la Copa Mundial, usándolo como pretexto para las festividades; y es que si el gobierno no le da pan al pueblo, al menos debe entretenerlo con circo.
El equipo elegido para enfrentar a la selección fue el Santos Futebol Clube, que por esos años dominaba por completo la escena futbolística en Latinoamérica. Para los brasileños, rechazar una invitación de esta clase podría resultar contraproducente pues el presidente Emílio Garrastazu Médici, el más sanguinario del período de autoritarismo, era un aliado cercano de Pinochet.
El dictador pretendía hacer un homenaje a Pelé para complementar la “festividad”. Pero el rey no quiso ingresar al campo, afirmando que se había lastimado. Nadie sabe si la lesión de Pelé fue real o inventada, pero era una forma sutil de burlarse de todo aquel circo de Pinochet. Así, frente a 25,000 espectadores los brasileños vestidos de blanco ingresaron a la cancha para enfrentar a los chilenos.
El resultado fue un escandaloso 5 a 0 en favor del Santos, con dos goles de Nené Belarmino, dos de Eusebio y uno de Jonas Eduardo Américo.
Carlos Caszely.
En los años posteriores el fútbol siguió sirviendo como un recurso para hacer frente a la dictadura. Uno de los mayores ídolos en esa época fue Carlos Caszely, que gozaba de protección por jugar en el extranjero y por resultar una pieza fundamental para que la selección siguiera venciendo y pudiendo ser utilizada con fines políticos, demostró su inconformidad hacia las acciones de Pinochet de una forma que otros chilenos temerían; sin embargo, las repercusiones por estas acciones del astro chileno terminaron recayendo sobre su madre, que terminó torturada por los militares.
“Fui extraída de mi casa y llevada a un sitio desconocido, con los ojos vendados, donde fui torturada y vejada de forma brutal. Fueron tantas vejaciones que ni siquiera las puedo contar, por respeto a mis hijos, a mi esposo y a mi familia. Por respeto a mí misma. Las torturas físicas pueden desaparecer. Pero la tortura moral no creo que lo haga tan fácilmente. No puedo olvidarla, pues aún la tengo muy clavada en mi mente y en mi corazón. Por eso, yo voto ‘no’, para que mañana vivamos todos juntos nuestra democracia libres, sin odio, con amor y alegría”, dijo la madre de Caszely durante una entrevista.
Pese a esta tragedia, Caszely se valió de su convicción para armar una campaña que permitió la reapertura de Chile. Incluso en nuestros días, las marcas de aquella dictadura se mantienen latentes en la sociedad chilena.
Un testimonio presencial.
Clayton Netz, un periodista que vivió exiliado en Chile entre 1971 y 1973 y que fue prisionero en el Estadio Nacional de Chile transformado en campo de concentración en la época de Pinochet, publicó en el periódico O Estado de S. Paulo un testimonio sobre su experiencia.
“Ingresé al estadio Nacional de Chile el 2 de octubre de 1973, una mañana soleada de primavera. Era la segunda ocasión en que visitaba el templo del sufrible fútbol chileno desde mi llegada a Santiago, dos años antes. Aquella primera vez fue en la despedida de Fidel Castro, con acceso a uno de sus kilométricos discursos. Sin embargo, esta vez no estaba allí por voluntad propia. Llegaba a bordo de un camión escoltado por tres detectives de la policía civil de Chile. El estadio nacional había sido transformado en un campo de concentración donde estaban confinados miles de trabajadores, intelectuales y miembros de los partidos de izquierda, detenidos durante las primeras horas del golpe militar que derrocó al presidente Salvador Allende.
Como la mayoría de los cientos de extranjeros que estaban allí, el motivo de mi prisión fue precisamente el hecho de ser un extranjero – el golpe había desencadenado una oleada de xenofobia nunca antes vista. Además de ser brasileño, exiliado, era poseedor de material altamente subversivo, desde el punto de vista de los carabineros (policías militares): los libros Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski, y Archipiélago Gulag, de Aleksandr Solzhenitsyn…
Tan pronto como los policías civiles me entregaron a los militares, me condujeron entre un grupo de presos recién llegados a un ala en la parte posterior del estadio, donde debían quedarse los prisioneros que aún no habían sido interrogados.
Como regalo de bienvenida no nos dieron de comer en las primeras 24 horas. La misma clase de gentileza recibimos a la hora de dormir: amontonados, tuvimos que tendernos sobre el piso frío de los vestidores.
Tras el interrogatorio, los captores recomendaron libertad condicional. Imaginé que en poco tiempo estaría en casa nuevamente. Fue un engaño. La recomendación aplicaba solamente para los chilenos, que iban siendo liberados en dosis homeopáticas diariamente.
Lo único que nos quedaba era la paciencia y la esperanza de que la presión internacional lograra que los militares nos pusieran en libertad. A estas alturas, organismos internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y entidades como la Cruz Roja ya habían logrado evadir el bloqueo militar, entrando en contacto con los prisioneros. Con esto, se reducía la posibilidad de desapariciones o ejecuciones, como sucedió en los días que siguieron al golpe. Pero no impidió que uno de los prisioneros, el ex capitán de la PM de Sao Paulo, Vanio José de Matos, diagnosticado con una severa infección intestinal, terminara muriendo por falta de un tratamiento adecuado. O que agentes del Cenimar, el departamento de inteligencia de la Marina de Brasil, recibiera libre acceso para interrogar a algunos de los prisioneros y que ofrecieran a sus colegas chilenos clases prácticas de tortura, usando como ejemplo a uno de nuestros compañeros.
La llegada del Cenimar tuvo lugar en las últimas semanas de nuestra permanencia en el campo de concentración. Después volvimos a la rutina diaria: despertar, beber un café horrendo, quedarnos sentados en las bancas del estadio el resto del día, con una breve interrupción en el almuerzo. En los intervalos, incluso por las noches, pasábamos el tiempo conversando o participando de los espectáculos organizados por los prisioneros.
Nuestra salida, a comienzos de noviembre, se vio precipitada por un hecho no previsto por los militares: la fecha del partido entre la Selección de Chile y la entonces Unión Soviética, por las eliminatorias de la Copa Mundial de 1974. Presionados por la FIFA, que incluso envió una delegación para verificar si el estadio estaba siendo usado como campo de prisioneros – no es necesario mencionar que los militares intentaron “esconder” a los detenidos, encerrándolos en los vestidores -, tuvieron que vaciarlo, enviando los prisioneros a otros lugares o entregándolos a la protección de la ONU, como fue nuestro caso”.
Ah y se me olvidaba, años después el estadio se remodeló en su totalidad y en memoria de los compañeros torturados se mantuvo una parte de las butacas en su estado original.
Soy chilena y siempre visito esta página.
Cuando vi el título me sorprendí, me parece espectacular que aborden este tema aunque sea sólo una parte. Saludos marcianos!
Y todo por principios derechistas que ven en el sector privado una forma de quedarse con las riquezas de un país, si bien, hay crecimiento economico, este es solo para unos cuantos, que mal que murió antes de haber pagado tantas maldades que se hicieron durante su dictadura, pero dentro de todo, que bueno que le hicieron juicios por todo lo que hizo en su juventud, pobre de la gente que sufrió tanto, basta con leer lo que cuenta la madre del futbolista para sentirse furioso de nuestra misma especie que puede llegar a ser de lo peor del mundo por sentirse un poco poderoso y tener un poco de riquezas, en este universo donde no somos nada.
Que historias.
Bien que mal conocidas. Pero cada que la lee uno, se entera de nuevas cosas.
Desafortunadamente en México, que aunque había tenido guerra sucia en los 60 ‘s y70’s , ahora sufre todo una catástrofe, en tortura violencia y desapariciones forzadas, hechas por el gobierno, la delincuencia y los paramilitares !