El pequeño jardín – Creepypasta

Si fue difícil para mí ver a mi prima Anneke acabarse poco a poco, imagino que debió ser una experiencia desgarradora para su madre, la tía Pauline. De una niña efusivamente hiperactiva, llena de una personalidad alborotadora, Anneke gradualmente se transformó es una adolescente medida, cuidadosa de cada palabra que expresaba, meticulosa con cada paso que daba y muy excesivamente cautelosa con cada nueva cosa que experimentaba.

terrario

Todos creímos que era parte de su proceso de maduración, de la pubertad golpeándola con fuerza. En mi mente, ella había pasado extrañamente rápido por esa transición de cordero a oveja. Un día estaba en el campo, saltando por aquí y por allá con las piernas en el aire, y al siguiente simplemente se le veía mirando fijamente el césped, como un cascaron vacío, sin vida en su interior.

Sin embargo, este no era el caso. El rostro perfecto de Anneke, que parecía un retrato, se volvió duro e inmutable – la falta de control sobre sus músculos faciales fueron los primeros síntomas de la enfermedad. Después su respiración empezó a entrecortarse y aquellas extremidades largas y gráciles se volvieron rígidas y débiles, al punto que casi no podía mover su pequeño cuerpo.

Mi mejor amiga de la infancia – con quién había pasado tanto tiempo jugando y explorando las propiedades de la tía Pauline – se había convertido en nada más que un cascaron humano sin movimiento, todavía con la mente sana, consciente y con un dolor psicológico terrible por entender que su vida se le escurría como el agua entre los dedos.

Eventualmente la internaron en un hospital donde recibiría un tratamiento profesional, solo la veía en raras visitas. Después de algún tiempo dejé de visitarla, pues podía sentir una mirada de envidia sobre mí mientras caminaba libremente por su habitación para colocar flores en un jarrón al lado de su cama.

***

Cuando la tía Pauline murió, la familia cayó como un nido de ratas rabiosas en sus propiedades, gruñendo, tomando y jugando un tira y afloja con la herencia mientras sus ojos se abrían por el deseo de tomar algo de valor. Me sentía como un personaje en un libro de Tolkien, como un testigo de la repartición de los tesoros encontrados en la Comarca de los Hobbits – pero incapaz de hacer algo por temor a que alguien hundiera sus afilados colmillos en alguna parte blanda de mi cuerpo, o por miedo a que me mataran a golpes por la fría avaricia que los había poseído.

Según la ley, todo era propiedad de Anneke, pero como vivía incapacitada, la familia consideró la muerte de Pauline como un pase libre para todos – con reuniones informales que no requirieron abogados, donde se acordó que todos recibirían un poco de lo que querían.

Mi madre me animó a tomar algo “para recordar a mi tía”, pero sentía un malestar burbujeando en mi interior mientras veía a mis parientes vaciar armarios llenos de piezas de cobre y plata en sus automóviles. Sin embargo, había algo que yo anhelaba, un objeto que me había fascinado desde pequeña.

Intacto, el terrario estaba en una pequeña mesa en el estudio de Anneke, justo al lado de su habitación. Pocos familiares habían tenido el atrevimiento de saquear su recamara, pues aún estaba con vida. Ese era el objeto que yo anhelaba rescatar de todo aquel caos y llevarlo conmigo a casa – era eso o que algún primo descuidado lo tomara y lo convirtiera en otra cosa.

Con el tamaño y la forma de una escafandra, era una esfera de cristal color ámbar llena de vida verde con una tapa de oro. Arrojando la sudadera encima del terrario, lo levanté de la mesa y lo cargué tortuosamente por un pesado tramo escaleras abajo.

“¿Conseguiste lo que querías?“, preguntó mi madre.

“Creo que sí”, le respondí y coloqué el objeto en el asiento trasero con el cinturón de seguridad alrededor.

La culpa me asediaba camino a casa, pero terminé convenciéndome de que era lo mejor antes de que otra persona lo tomara. Después de todo, yo era más cercana a Anneke que cualquier otra persona, con excepción de su madre.

 

terrario dos

Cuando niña, aquel terrario siempre me causó intriga y seguía teniendo esa fascinación peculiar. El cristal era bastante grueso, distorsionaba tanto que apenas y podía tomar una foto decente de todo lo que había allí dentro de una sola vez. Sus secciones eran amplias y se hacía posible estudiarlas por una especie de microscopio rustico, después se giraba la enorme esfera amarilla para ver la próxima sección.

Dentro había un jardín pequeño y bien elaborado.

Árboles pequeños de estilo bonsái estaban distribuidos en torno a un pequeño estanque, situado de tal forma que la condensación del terrario siempre lo dejaba lleno de agua. Tenía caminos con pequeñas piedras y zonas de césped hechas con musgo, todas salpicadas con flores diminutas que siempre florecían en determinada época del año. Era una miniatura perfecta.

Sin embargo, lo más importante era el castillo.

Se situaba en el centro, al lado de los jardines ornamentales de musgo y de un quisco hecho de palitos de cerillas. El castillo estaba construido con rocas grises y tenía alminares con banderitas de papel en la cima. Los detalles estaban muy bien definidos – pero nunca era posible apreciar todos los detalles de una sola vez debido al espesor del cristal. Anneke y yo inventábamos diversos cuentos de fantasía sobre el castillo o lo que allí vivía.

Pensar en mi prima me tranquilizaba, pero también me remordía la conciencia por el robo, así que dejé el terrario en una mesa que estaba en la terraza, situada frente a un jardín cubierto de arbustos y rosas – donde lo vería con menos frecuencia.

Pero era algo muy difícil de ignorar, tenía una presencia extrañamente imponente – un curioso talismán que representaba nuestra infancia, antes de que Anneke sucumbiera por la enfermedad.

 

***

Al principio no noté que los jardines al interior del terrario estaban cambiando. Siempre había nuevos ángulos para apreciarlos, nuevos rincones y recovecos para explorar con la vista. Anneke y yo siempre estuvimos convencidas de que la mitad del interior era falso; era demasiado perfecto, demasiado inmutables como para que fueran plantas orgánicas auténticas.

Cuando miré allí dentro, vi un nuevo enrejado cubierto de algo que asemejaba rosas color naranja. Sentí como aquella emoción de curiosidad me recorrió toda la espalda, erizándome los vellos de la nuca.

Ahora no había forma de negarlo: el pequeño jardín estaba cambiando.

Pero aquello, por su puesto, era imposible. Una broma, seguramente. Mi madre debía estar detrás de esto, dado que ella era la única que sabía de mi obsesión infantil con aquel objeto. Sin embargo, la tapa dorada estaba sellada como siempre – y, de hecho, había dos candados sujetos con firmeza entre las dos secciones, manteniendo el terrario firmemente cerrado.

Mamá debe tener la llave – pensé.

Pero mi ansiedad no hacía más que crecer con cada día que observaba el terrario. Mi madre no me visitaba desde hacía semanas, y el interior del terrario seguía cambiando – parecía que se adaptaba a la nueva vista que tenía.

Frustrada, desacreditada e irritada por estar perdiendo el tiempo con aquel terrario, rompí los candados con unas pinzas y después empecé a desenroscar la tapa superior – misma que emitía chirridos por la falta de uso y el óxido, haciéndome desechar la idea de que mi madre había estado modificándolo para burlarse de mí.

Bajo la tapa estaba la boca del vidrio esférico soplado, que era la estructura del terrario – en esa boca había una especie de sello hecho con cera, pero estaba roto. Inspeccionando la cera, todo indicaba que algún día el terrario hacía sido tocado, y que también lo habían abierto.

Mientras removía los trozos restantes de cera, una corriente de aire húmedo me llenó el rostro, portando consigo ese olor extraterrestre que había estado preso allí Dios sabe por cuánto tiempo.

Con una aguja de crochet, hurgué en el interior del terrario y derribé el pequeño enrejado de rosas, y rápidamente volví a enroscar la tapa. En breve conocería quién estaba moviéndose por aquellos pequeños jardines.

 

rostro terrario

A la mañana siguiente, el enrejado estaba totalmente levantado con rosas perfectas colgando de él – ninguna flor estaba fuera de lugar.

Lo que sentí en aquel instante fue parecido a lo que sentíamos cuando éramos niños y descubríamos algo nuevo, desconocido y maravilloso, antes de que un adulto nos explicara lo que estaba sucediendo y la magia se disipara convirtiendo aquello en algo común.

El sentimiento se intensificó cuando fui hasta la cocina, que normalmente está hecha un desastre, para tomar una taza de té.

Todo estaba perfectamente limpio.

Todas las sartenes estaban en sus correspondientes ganchos, lavadas, pulidas y brillantes. Todos los platos estaban lavados y guardados, el lavadero doble sin ninguna mancha de suciedad o desagües tapados. Creo que incluso solté una carcajada en aquel momento, estúpida y desatendida; no podía comprender lo que estaba viendo.

De una forma extrañamente imparable, las cosas siguieron así – día tras días mi casa era limpiada de forma metódica, habitación por habitación, hasta que me encontré en un hogar tan limpio que la propia Reina de Inglaterra podría visitarme y no me sentiría apenada.

Y cuando digo que todo estaba limpio, era todo, desde los cables atrás del televisor hasta el cementerio oficial de moscas que se situaba en la ventana del lavadero. Mi casa estaba inmaculada.

Como aquel viejo cuento del zapatero que era visitado cada noche por pequeños duendes que terminaban su exhaustivo trabajo, lo que sea que haya estado viviendo en el terrario, estaba haciendo que mi vida en la casa fuera lo más fácil posible.

 

***

Fue una amiga con la que me encontré para desayunar la que me comentó sobre mis uñas y cabello, sobre cómo estaban perfectamente cuidados y arreglados. Como alguien que se come las uñas, me reí de su comentario, pero cuando vi hacia abajo me di cuenta que decía la verdad, las cutículas estaban perfectas y las uñas pulidas y limadas.

Por supuesto que debieron ser mis ayudantes imaginarios de casa, como la casa estaba constantemente arreglada, tenían poco que hacer. Me acostumbré a la extraña compulsión de que todo siempre estuviera ordenado y decidí dejar que siguieran con su trabajo – Dios sabe que, como una periodista soltera, una ayudadita nunca cae mal.

Cuando mi piel mejoró, sin ningún barro o espinilla a la vista, supe que habían estado en mi rostro por la noche. Cuando dejé de depilarme las axilas y las piernas, supe que las criaturas me habían arrancado los vellos de raíz.

La gota que derramó el vaso fue cuando empecé a despertarme con peinados elaboradísimos. Tomé un hilo de cobre que tenía en la cochera y enrollé los agujeros donde antes estaban los candados que aseguraban la tapa del terrario.

Pero a la mañana siguiente desperté con el rostro completamente maquillado – como una exclusiva modelo de revista – y el hilo de cobre que había enredado no estaba por ningún sitio.

Tenía un gran problema entre manos.

Una serie de candados progresivamente más costosos fueron comprados en un intento por mantenerlos adentro, pero en la mañana siempre estaban destruidos y fuera de lugar, ninguno de ellos representaba un desafío para los habitantes del terrario.

Empecé a soñar con ellos, sobre el castillo allí dentro. Eran pequeños y sombríos, solo sus oblicuos ojos blancos eran visibles en los pasillos y torres oscuras del castillo. Soñé que se deslizaban por mi piel, como si fueran un ejército de hormigas, cada uno tan pequeño como la punta de una aguja, lo suficientemente minúsculos como para penetrar mis poros y meterse entre mis carnes.

Cuando empecé a perder la movilidad del rostro y de los hombros, también sintiendo la respiración cada vez más pesada, supe que habían pasado sus pequeñas manos no solo por el exterior, también estaban podando y recortando mis delicados nervios, tejidos pulmonares y fibras musculares.

 

criatura del terrario

El nuevo candado había sido agresivamente arrojado sobre la mesa, el metal estaba tan retorcido que en nada se parecía a un candado. Ahora entendía cómo mi tía, sola, lograba mantener su enorme mansión totalmente inmaculada con una hija. Con la ayuda de los pequeños ayudantes del terrario, hasta una casa enorme con la de ella podía estar perfectamente ordenada.

Pero no fue lo suficientemente inteligente como para evitar que entraran al cuerpo de Anneke y podaran su interior de forma que mi prima jamás pudo volver a moverse.

Aquella esfera de cristal parecía muy pesada mientras la llevaba al auto. Podía sentir lo tenso de mis tendones y músculos donde los jardineros habían trabajado. El mar estaba tan solo a 30 minutos de distancia e hice el trayecto en mucho menos tiempo, con el terrario muy bien asegurado y ceñido a mi lado.

No sentí ningún remordimiento mientras lo rodaba hasta aquel peñasco a la orilla del mar, ni cuando lo arrojé a las turbulentas olas. Si impactaba con alguna roca, se rompería en mil pedazos y sus habitantes morirían ahogados. Si simplemente caía en el fondo del océano, o era llevado lejos por una corriente marítima, nunca más sería visto por los humanos.

Por la mañana, el terrario me dio los buenos días con su particular brillo ámbar, dispuesto en el medio de mi comedor, sin ningún rasguño en el cristal y con sus jardines tan perfectos como siempre – incluso con algunas nuevas rocas a orillas del lago, como si sus habitantes se estuvieran burlando de mis intentos frustrados por destruirlos.

Lágrimas de frustración escurrieron por mis mejillas, y pude sentir la extraña presión de mis músculos cuando grité de rabia.

 

criatura del mal diminuta

Mis dedos eran cada vez menos capaces de ejecutar tareas sencillas, y se me complicaba mantener una línea de pensamiento continua; era como si ahora estuvieran dentro de mi cabeza, podando las dendritas y sinapsis, moldeando mis impulsos y deseos.

Los sueños se intensificaron. Sabía que estaban dentro de mí todas las noches, podando y dando forma, haciendo que mis recuerdos murieran. Aquella chispa vital que me hacía ser quien era se estaba marchitando; pronto estaría al lado de mi prima acompañándola en su sopor – y sin mi tía para que encerrara a las criaturas nuevamente con los candados originales, pasaría al estado actual de Anneke rápidamente y viviría una existencia impropia moldeada por aquellos pequeños verdugos.

Ahora lo comprendía, querían venganza, estaban resentidos por haber quedado encerrados por culpa de mi tía y querían resumir mi existencia en un limbo tedioso para reflejar el tiempo que estuvieron presos.

***

El fondo del terrario arañaba la entrada de mi casa mientras lo arrastraba hasta el carro, el concreto arruinó sus ornamentos bellamente diseñados. Colocarlo dentro del carro con los miembros débiles me tomó mucho más tiempo del que deseaba, quedé sin aire y temblando por todo aquel esfuerzo.

Cuando llegué al hospital, pedí a un empleado que me ayudara. Colocó la enorme esfera en una silla de ruedas, la cual empujé dolorosamente y con cuidado por los pasillos hasta llegar a la habitación de mi prima.

Estaba acostada, estática como siempre, apenas sus brillantes ojos verdes me seguían.

Con mi último gran esfuerzo, levanté el terrario y lo puse sobre una mesa que estaba al lado de su cama y le quite la tapa.

El miedo inundó aquellos hermosos ojos verdes, lo reconocía.

“Discúlpame”, le susurré.

Sin mirar atrás, salí de allí empujando la silla de ruedas vacía.

 

terria de muerte

Me digo a mí misma que fueron las criaturas las que pusieran aquel pensamiento en mi mente, las que me hicieron llevarlas hasta Anneke, para terminar lo que habían empezado.

Pero creo que tú y yo sabemos que eso no es verdad.

Y esto me atormentará hasta el día de mi muerte.

«Tiny Garden» es un creepypasta de Cymoril_Melnibone, traducido y adaptado por Marcianosmx.com

8 comentarios en “El pequeño jardín – Creepypasta”

  1. Muy buena sinapsis, atrapando a cualquiera en su historia le soy un 9 solo por que le falto un poco mas de detalle a las criaturas pero todo lo demas excelente, buena historia, yo mismo me imagine a esas criaturas metiendose en mis poros, me dio un escalofrio xD

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