Es un ritual sencillo. Indoloro. Incluso parece una broma. No del tipo ja-ja-ja, sino más bien de sonrisas forzadas y agradecimiento. La mayoría me conoce como el asesino del dolor. Elimino cualquier tipo de dolor. Por supuesto, por una módica cantidad. Pero que quede claro que no lo hago por dinero.
Te recostarás en mi sofá, un sillón barato con un extraño nombre en sueco… BlömenFlügen o algo por el estilo. Pediré amablemente que hundas tu cabeza en las almohadas, y me mirarás como si fuera a asfixiarte. Tranquilo, no lo haré. No soy ese tipo de asesino. Sin embargo, no puedes verme hacer lo que hago.
Encenderé algo de incienso, rociaré algo de almizcle y otras cosas. Siendo sinceros, ya ni siquiera veo los empaques. No es más que una actuación, una forma de ganarme tu confianza. Mi abuela nació en Noruega, así que cuando estés cómodo y tranquilo, balbucearé incoherencias en su lengua materna.
“Ånder, Skrømt og Vetter; la all smerte forsvinne heretter«.
Continuaré recitando la misma oración una y otra vez, hasta que te escuche dormir. Aunque no es necesario para el ritual, ese estado de conciencia es ideal. Así, no tengo que preocuparme de que mires a escondidas.
Trato toda clase de dolores. Incluso el psicológico. No es una cura en sí misma. Si estás muriendo, seguirás muriendo cuando te levantes del sofá. Lo único que hago es tratar el síntoma, la parte más desagradable de la existencia humana. No mereces experimentar dolor. Esa incesante e insoportable sensación palpitante, torrente tras torrente, consumiendo tu cordura hasta el día que abandonas la existencia.
Ni siquiera lleva mucho tiempo. Aproximadamente cinco minutos. Escucharás un crujido y, si despiertas, te diré que ignores todo a tu alrededor. Que respires profundo y te tranquilices. Sentirás mi mano sobre tu espalda. Una mano fría como la muerte que te dejará una marca. Jadearás mientras intentas salir del estado de shock, pero ni siquiera podrás moverte.
“Es parte del ritual”, te susurraré. “Intenta tranquilizarte”.
Después, una avalancha de recuerdos abrumará tu mente. Parecerán extrañamente familiares, pero asimilarás que no te pertenecen. Uno a uno eliminará el dolor, parte por parte, como cuando se le retiran las espinas a un cactus. Eventualmente, todo quedará libre de espinas.
Sin dolor.
Escucharás un crujido y, de repente, volverás a moverte. Me agradecerás infinitamente. Me alabarás y tal vez llores un poco. Hazme el cheque, entrégame algo de efectivo o lléname de bienes.
Te irás completamente libre de dolor.
Me aseguraré de que estés lejos antes de abrir nuevamente la trampilla oculta. Es inevitable. Tengo que verlo. Observarlo retorciéndose de agonía, con aquella marca sobre su espalda decorada por un dolor punzante. Cuando ya no pueda más, cuando su organismo se rinda o se pudra, buscaré uno nuevo. Destructor. Abusador. Inmundicia humana.
Me conocen como el asesino del dolor, pero el apodo no es del todo preciso. No mato el dolor. Simplemente lo transfiero a otra persona.
Que cruel!! Muy buena historia
Buen final.