Entre los siglos XVI y XVII, circuló una intrigante leyenda sobre supuestos devoradores de pecados. Aparentemente, la historia se originó en Escocia y eventualmente se popularizó en otras partes de Europa. Este relato, envuelto en un halo de misterio, describe un peculiar ritual que involucra pan, pecados y un grupo de individuos dedicados a absorber las culpas ajenas.
En aquella época, las familias tenían la costumbre de colocar un pedazo de pan sobre el pecho de aquellos seres queridos que agonizaban. El acto se realizaba como parte de una tradición muy arraigada, que requería dejar reposar el pan sobre el pecho del moribundo durante al menos dos horas. O más tiempo, en caso de que el individuo hubiera perpetrado actos reprobables en perjuicio de la comunidad.
Aunque, lo más inusual de la práctica radicaba en el siguiente paso. Cuando las familias contrataban a alguien para que consumiera el pan una vez que la persona falleciera. La tradición dictaba que debía ser un acto voluntario. Además, el individuo que aceptara llevar a cabo tan peculiar misión no debía estar bajo coacción o engaño. En todo momento debía saber la verdadera naturaleza del rito.
Y es que, según las creencias, al colocar pan sobre el pecho del moribundo, sus pecados eran absorbidos por el alimento. Entonces, cuando alguien se ofrecía a consumir ese pan, los pecados se transmitían a la persona. Una vez completada la transferencia, el pecador quedaba libre de culpas y podía llegar al paraíso. Básicamente, librándolo de cualquier posibilidad de terminar en el Infierno.
El origen de los Devoradores de pecados.
Estos individuos que acudían a los velorios para consumir el pan del muerto se conocían como Devoradores de pecados (sin eaters). Un mote que reflejaba claramente la oscuridad y el tabú que suponían para sociedad de la época dedicarse a este “oficio”. Los Devoradores de pecados se convirtieron en una minoría marginada.A menudo relegados a zonas rurales aisladas, pues se les consideraba “contenedores de desperdicios espirituales”. Los consideraban impuros y a menudo se les comparaba con leprosos, evitados como si padecieran alguna enfermedad contagiosa.
En muchas culturas es común que, durante el funeral o poco después del mismo, los presentes ingieran alimentos. Las familias suelen ofrecer una comida especial a invitados y parientes que viajaron desde lejos para acompañar los rituales de despedida. Es una costumbre muy arraigada en territorios con influencia anglosajona.
Individuos discriminados.
No obstante, los Devoradores de pecados nada tenían que ver con esa costumbre. Pues desempeñaban un papel oscuro en ciertos sectores del cristianismo. Y es que algunos adeptos a esta doctrina religiosa consideraban que ingerir los pecados de otra persona, absorbiendo simbólicamente el mal perpetrado, era un acto de nobleza. Ciertos cristianos lo veían como un sacrificio de sí mismos, tal vez el más grande de todos. Pues condenaban su alma al tormento eterno.
Se cree que el ritual surgió en zonas rurales aisladas, entre cristianos que carecían de sacerdotes que pudieran administrar el sacramento de la extremaunción. Ante la posibilidad de morir sin recibir la bendición de un sacerdote, los familiares consumían un trozo de pan y absorbían los pecados del difunto. La obligación casi siempre recaía sobre el primogénito, quien después debía presentarse ante un sacerdote para purificar los pecados que se le habían transmitido. Pero, la tradición de los Devoradores de pecados adquirió características cada vez más extrañas con el paso del tiempo.
En territorio escoces, algunas comunidades tenían su propio Devorador de pecados responsable por purificar el alma de aquellos que perecían. Generalmente elegían a un borracho, un vagabundo o incluso el “loco” del pueblo. Las restricciones impuestas a estos Devoradores de pecados eran numerosas. Tenían prohibido ingresar al pueblo durante el día, tampoco se les permitía beber en las tabernas ni conversar con los niños. Decían que su saliva era venenosa y que una sola mirada podía causar penurias.
El ritual de los Devoradores de pecados.
Los obligaban a vivir en las afueras del pueblo, en humildes chozas. Subsistiendo gracias a las limosnas y donaciones que recibían, más como una manera de mantenerlos alejados que por caridad. A pesar de su marginación, los Devoradores de pecados desempeñaban un papel crucial cuando una persona importante estaba en el lecho de muerte. En esos momentos eran convocados y escoltados en la oscuridad de la noche hasta la morada del moribundo.
Además de cerrar ventanas y puertas, las personas oraban mientras el devorador transitaba por el lugar. Se encendían velas y reinaba un silencio sepulcral en los pequeños pueblos. Una vez que llegaba a la casa del moribundo, el Devorador iniciaba un singular ritual de purificación. Decían que algunos se bañaban con hierbas o bebían cierta sustancia fuerte como forma de preparación. Momentos después solicitaban un trozo de pan, una copa de vino, cerveza o incluso alguna fruta fresca.
Colocaban este alimento sobre el pecho o la frente de la persona a la que purificarían de pecados. Si las condiciones lo permitían, instaban al moribundo a dar una mordida o sorbo al alimento como símbolo de esa transferencia de pecados. Eventualmente, el Devorador ingería lo que quedaba del alimento, pronunciando oraciones entre cada bocado que bajaba por su garganta. Era crucial que los pecados se ingirieran en su totalidad, ya que no podían disolverse. Pues si simplemente los dejaban en el alimento, contaminarían a todos por igual.
Mal agradecidos.
Como pago por su trabajo, el Devorador de pecados recibía una gratificación. Generalmente limosna o algún objeto útil para su vida en el destierro. En ocasiones especiales, cuando el difunto era una persona importante, a los Devoradores se les ofrecían auténticos banquetes. Sin embargo, tras consumir los alimentos, el Devorador debía regresar a su lugar de retiro acompañado por algún familiar del difunto. Y no por consideración, sino para asegurarse de que no vomitara la comida pecaminosa, De lo contrario, las desgracias caerían sobre todos los presentes.
Aunque la práctica se diseminó y mantuvo principalmente en Europa, no existe registro alguno de de necro-canibalismo en las descripciones existentes. En este contexto, algunas culturas de África y Sudamérica adoptaron el necro-canibalismo o endocanibalismo como una forma de aliviar los pecados del muerto. Aunque, a diferencia de los Devoradores de pecados, aquí se cocinaba y consumía una parte del cadáver como método de purificación. Las familias lo hacían para asimilar la pérdida del ser querido.
Prohibidos por la Iglesia.
A lo largo de los siglos, los Devoradores de pecados se popularizaron en varios lugares, satisfaciendo las necesidades de aquellos que fallecían de causas naturales. Esta práctica se extendió por Escocia, Inglaterra, Irlanda, Francia e incluso llegó a los Países Bajos y Alemania. Sin embargo, pese a su popularidad entre ciertos sectores, los Devoradores de pecados siempre fueron vistos con recelo por la Iglesia Católica. Su falta de afiliación dentro de la jerarquía eclesiástica y la carencia de formación teológica chocaban directamente con las enseñanzas del cristianismo.
Y es que, según esta doctrina, una persona solo recibe la absolución de sus pecados a través del arrepentimiento, la confesión y la penitencia. Todo bajo la guía de un sacerdote. En el siglo XVII, un consejo de obispos se pronunció oficialmente sobre el tema. Estableciendo que la práctica de los Devoradores de pecados, así como la creencia en ella, constituía un pecado en sí misma y no purificaba el alma.
Tras esta resolución, los Devoradores de pecado se desvanecieron paulatinamente. En el siglo XIX solo unas pocas comunidades aisladas mantenían la costumbre. Actualmente, algunos migrantes que se asentaron en las Apalaches, en Norteamérica, mantienen esta peculiar tradición.
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