Sinopsis: Osmar y Cinthya, un matrimonio residente en Cuautla, Morelos se dirigen hacia Pachuca, en el estado de Hidalgo para visitar una casa herencia del padre de Cinthya. En el camino se encuentran con un bar, donde las personas les cuentan las trágicas historias que ocurrieron en aquella casa, con el fin de que cambien de idea.
Sal de mi habitación.
– Y tú – Apunta Teodoro a un hombre sentando próximo al mostrador – ¿no eres tú el que conoce la historia de aquella familia que se mudó allí hace un par de años?
El hombre ni se inmuta. No parece tener deseos de una conversación. Continúa tomando su cerveza con el pesar de quien no quiere estar en el lugar.
– Ah, ¡vamos hombre! No harás daño a nadie si cuentas lo que sabes de esa casa maldita.
– Ya, déjalo, no tiene importancia – Dice Osmar intentando romper el incómodo silencio que proseguía a las solicitudes de Teodoro – no debe ser nada interesante.
La insistencia de Teodoro o la poca importancia que le dio Osmar, terminaron por convencer a aquel hombre:
– Lo que tengo para decir no es interesante, pues nadie con la más mínima de las compasiones puede encontrar que la desintegración de una familia sea una buena historia.
Las miradas de Oscar y Cynthia decían todo lo contrario. Y entonces decidió contarles.
***
Hace cerca de dos años, una familia que vivía en esa casa se desintegró de forma muy misteriosa. Una familia perfecta. Padre, madre y una hija. Los rostros felices de Leonardo, su mujer Melissa y la pequeña Carol aún estaban enmarcados, inmortalizados en un pequeño portarretratos sobre la mesa de trabajo de Melissa.
La mujer que contemplaba aquella imagen era una copia desfigurada por el llanto y la tragedia. El contraste era evidente y la copa de vino al lado de la botella se hacía necesaria para superar y seguir adelante. El periodo de duelo debía pasar, ella aún tenía por quien salir adelante.
Pero parecía que Melissa había muerto para el mundo. Ignoraba todo y a todos, llamadas telefónicas y correos electrónicos de familiares y compañeros de trabajo por igual. Incluso de las personas más cercanas.
– Madre – dijo Carol, aproximándose cautelosamente.
Melissa ignoró a la niña de rostro angelical abrazada a un enorme oso de peluche. Pero la niña insistió: – Madre… ¡Papá está en mi cuarto otra vez!
Carol acababa de cumplir los siete años, era hija única, sobrina única, nieta única… una niña mimada por todos lados. Veía cumplir todos sus deseos a la primera solicitud. Pero el estado de su madre en aquellos días no la hacía feliz. La niña apretaba el oso, intentando descargar toda la frustración de no ser atendida por su querida madre. Quizá ella también tenía un poco de miedo, ya que su padre estaba en su habitación, su refugio, su pequeño castillo color de rosa.
Carol se llevó el pulgar a la boca, masticándose el dedo, esperando alguna reacción de su madre, que sollozaba de forma incontrolable.
Al darse cuenta que la situación no cambiaría, Carol se dejó caer en el suelo, jugando con su oso de peluche.
– Mamá, ¡ordénale a papá que salga de mi habitación! ¡Quiero dormir y el sigue allí! ¡Quiero que salga de mi habitación ahora!
Melissa se recompuso secándose las lágrimas, colocando nuevamente la foto sobre la mesa de trabajo.
– Lo siento cariño. No debería estar llorando así.
– No te preocupes. ¿Le puedes pedir a papá que salga de mi habitación?
Ella acarició la imagen de la familia feliz una vez más, antes de levantarse apoyándose en las paredes. Cuando vio a su madre salir por la puerta que daba acceso al pasillo, Carol le solicitó un capricho más:
– Mamá, ¿me preparas un chocolate?
Carol, esa niña que siempre lo conseguía todo. Allí estaba Melissa yendo a la cocina para preparar un chocolate.
Melissa mezcló el chocolate en el vaso de vidrio, aquello hacía un ruido casi hipnótico para Carol, que observaba con atención lo que hacía su madre.
Pero el sonido intermitente hecho por Melissa se disputó el aire de la casa con un gemido gutural. Melissa miró hacia el corredor que daba acceso a la sala y a las habitaciones con asombro. Carol miró a su madre con ojos extrañados y preocupados.
– Te dije que papá estaba en mi habitación.
Melissa caminó cautelosamente por el pasillo mal iluminado con el vaso de chocolate en las manos, seguida por Carol, acompañada por el oso que arrastraba por una de sus patas, en una temerosa fila india. Los talones descalzos de Melissa hacían contacto con el piso del pasillo al ritmo de un sonido seco. Si hubiera un vecino debajo de la casa, en lugar de un sótano oscuro abandonado desde hacía años, éste se habría quejado con el encargado.
– No te preocupes mamá, es papá que está en mi habitación. El problema es que está allí desde que llegó y sólo tú puedes sacarlo.
Melissa volteó la mirada hacia atrás con preocupación. Intentó localizar un interruptor, pero se dio cuenta de que la bombilla estaba fundida. Le había dicho tantas veces a Leonardo que cambiara aquella lámpara, pero en las condiciones actuales era imposible para él.
Carol acompañó a su madre lo bastante cerca como para verla mientras se aproximaba a la puerta de la habitación, apoyando la cabeza, como si se armara de valor para enfrentar a quien se encontraba allí. Melissa tocó el frio pomo de la puerta, que transfirió toda la temperatura a la columna de la mujer aterrada con la situación que tendría que enfrentar. Una vez con la mano sobre el pomo, inhaló profundamente y lo retorció.
Melissa abrió lentamente la puerta, temerosa de lo que encontraría allí. A medida que la puerta se abría, un poco de luminosidad venida desde el interior de la habitación se escapaba sobre el pasillo, contribuyendo con un clima fantasmagórico.
El gemido era fácilmente reconocible y podía escucharse con toda claridad: Leonardo mesclado entre las sombras, provocadas por la cortina. La habitación en total oscuridad, con una luz distante que provenía de la calle, el gemido del hombre fue interrumpido por un perro que ladraba en la calle.
– ¿Leonardo?
La figura sentada sobre la cama de Carol parecía estar llorando desde hacía décadas. Lágrimas, saliva y orina barnizaban una parte del suelo. Él no dejaba aquella habitación, cada vez más consumido por el aura del lugar. Melissa observaba la pálida figura de su marido en aquel ambiente con olor a muerte.
La mujer tragó saliva y ensayó un poco de autoridad.
– Leonardo, sal de aquí.
– No puedo dejar este lugar, Melissa.
Melissa se aproximó con cuidado. Se preguntaba si aquel charco formado en el suelo era real. Se mantuvo a una distancia segura del imprevisible Leonardo. Respiró profundo una, dos veces. Su respiración casi se convierte en un llanto descontrolado. Melisa necesitaba retomar el control, necesitaba encontrar las palabras correctas.
– Pero es necesario, amor. No hay nada aquí para ti, ni para mí.
– ¡Pareciera que no te importa! – dijo Leonardo apretando los ojos, aumentando la cantidad de lágrimas que escurrían por su rostro.
Carol no se atrevió a entrar en la habitación, se apoyaba en la pared al lado de la puerta, abrazando a su oso y escuchando a su madre hablar. Melissa, alterada, habló en voz alta, mostrando quien mandaba allí. Carol se intimidó, tomó las manos del oso de peluche y las puso en sus oídos, con la esperanza de detener la pelea.
Dentro de la habitación, Parecía que Leonardo entendía a Melissa. El miró a un oso que estaba en la cabecera de la cama de Carol, curiosamente muy parecido al que la niña cargada. Leonardo pasó a ignorar lo que decía Melissa, esforzándose por contener las lágrimas.
– No es justo que digas eso. Sólo intento seguir adelante y necesito que hagas lo mismo.
Leonardo miró a su esposa e intentó tomar el oso – ¿Puedo?
Melissa asintió con la cabeza, casi llorando. Leonardo extendió la mano para levantar el oso de la cama. Sus manos llegaron hasta él con una ligerea y gracia que parecía cruzarlo.
– ¡Noooooo! ¡Eso está mal! – Gritó Carol desde el pasillo.
Leonardo y Melissa salieron de la habitación, pasando de lado a la niña de ojos verdes, que abría sus manos en forma de garras con la intención de acertar en alguien.
Leonardo se llevó el oso de la habitación, abrazándolo fuertemente, mientras la niña los maldecía con todo el odio de una niña mimada que no tenía más que todos sus deseos cumplidos.
– Aun puedo verla abrazada a este oso – decía Leonardo, intentando contener el líquido en sus ojos.
– Adoraba ese oso. Lo llamaba Gimbo, creo. Ahora, toma su chocolate.
Carol dejó de gritar cuando se dio cuenta de que nunca sería escuchada, volvió a su cuarto, el lugar donde pasó los momentos más felices de su vida.
Mientras caminaba golpeando los pies con rabia, hizo algo rutinario de cuando la contrariaban: cerró la puerta con fuerza. El sonido tan extremadamente familiar despertó en Leonardo y Melisa la certeza de que no estaban solos en aquella casa.
– Wow – Dijo Osmar impresionado – ¿y qué pasó con la niña?
El hombre miró su vaso, como si no le importara la historia que acababa de contar.
– Vagó por la casa intentando que le cumplieran sus deseos. Tal vez haya tomado el valor y siguió adelante, pero la muerte prematura puede dificultar mucho a una persona que deje a los vivos… vivir.
–Concluyó el hombre con una oscura mirada sobre sus ojos.
Basado en Saia do Meu Quarto.
Me gusto el relato 😀 +10
Muy buena, solo que la frase «Ahora, toma su chocolate.» me confunde. La tuve que leer dos veces 😉
Estuvo genial… esta si estuvo bien buena
holy shit muy bueno :O! tarde en captar un poco xD pero muy bueno xD
muy bueno le doy un 10
jajjaa por primera vez veo que una historia de jueves de misterios cumple tus expectativas , por lo general otorgas calificaciones de 7 para abajo xD
muy buena!!!me encanto = 3