Al cambiar la manera de estudiar el universo, Einstein se convirtió en la primera celebridad de la ciencia moderna y un símbolo de la mentalidad científica. El viernes 7 de noviembre de 1919, los titulares de los principales periódicos británicos preparaban al público para conmemorar el primer aniversario del fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de una nueva era para la ciencia.
The Times informaba en su encabezado: “Revolución científica. Las ideas de Newton superadas”; “El más grande descubrimiento después de la gravedad”, proclamaba el Daily Express. Tales frases referían a una reunión convocada el día anterior por la Royal Society de Londres, en donde se anunciaron los resultados que confirmaban la validez de las teorías de un profesor alemán, relativamente desconocido fuera del círculo de la física teórica, llamado Albert Einstein.
Mientras tanto, en Berlín, Alemania, en el departamento del edificio número cinco de la calle Haberlandstrasse, el maestro seguía su rutina diaria. Después de desayunar con Elsa, su segunda esposa, y sus dos hijastras, Margot e Ilse, se dirigía al ático, su estudio, donde solía pasar la mayor parte del día. De esas paredes colgaban retratos del filósofo alemán Arthur Schopenhauer y de los físicos británicos James Clerk Maxwell, Michael Faraday e Isaac Newton, tal vez sus fuentes de inspiración. Y al mismo tiempo en que la gente común se enteraba de la Teoría General de la Relatividad, la cual pretendía explicar el funcionamiento del universo, el físico alemán se convertía -sin quererlo- en uno de los más grandes iconos de la ciencia y personaje central de la historia moderna.
Un niño diferente.
La pequeña ciudad de Ulm, ubicada en la región de Swabia, en Bavaria, era una localidad de comerciantes y artesanos cuyo mayor interés estaba en participar en las fiestas tradicionales de la comunidad -en este sentido los oriundos de Swabia, región fronteriza con Alsacia, eran más parecidos a los franceses -. Esto los hacía muy sociables, menos mecánicos que sus compatriotas prusianos, quienes gobernaban el país. Bajo ese escenario llegó al mundo Albert Einstein, quien nació el 14 de marzo de 1879. Su padre, Hermann Einstein, administraba junto con su hermano, el ingeniero Jakob Einstein, una fábrica de material eléctrico. La madre, Pauline Koch, de naturaleza más seria, más artística y con un fino sentido del humor, solía amenizar las tardes en casa al interpretar piezas clásicas de piano.
El joven Albert tardó en aprender a hablar, incluso sus padres llegaron a creer que tenía alguna deficiencia. Era un niño taciturno que nunca jugó con otros pequeños, no solía correr ni saltar, pero dedicaba buena parte de su tiempo a soñar. Detestaba jugar a la guerra, un hábito que en la Alemania de Bismarck era muy común entre los más jóvenes; incluso lloraba cada vez que veía a los soldados marchar. “De grande no quiero ser como esos pobres hombres”, le dijo a su padre cuando lo llevaron a un desfile militar.
Albert era el único judío en la escuela católica a la que asistió. Sus compañeros de clase solían llamarlo Biedermeier (el niño honesto), porque nunca decía mentiras. A los cinco años su padre le mostró una brújula de bolsillo y quedó fascinado con el mecanismo. Uno de los estudiantes judío-rusos que solía frecuentar la casa de los Einstein, le obsequió un ejemplar de Aaron Bernstein Naturwissenschaftliche Volksbücher (Libros populares de ciencias naturales) en el que se discutía la vida de las estrellas, los volcanes, el clima y el comportamiento animal; esto lo convirtió en un ávido lector de revistas de divulgación científica. Era tan metódico y honesto que su madre llegó a mencionar: “Tal vez algún día se convierta en profesor”.
A los diez años entró al Gimnasio Luitpold en Múnich, institución alemana para estudiantes entre los diez y los 18 años. No fue el mejor en matemáticas, pero sobresalía en lenguas clásicas. Esa institución tampoco le favoreció, pues para él “los maestros de la escuela elemental me parecían como sargentos. En el gimnasio parecían tenientes”. A los 12 años recibió su primer libro de texto de geometría e, impulsado por su tío Jakob, quien le había dado las primeras nociones de álgebra, descubrió que era “una ciencia entretenida”.
Cuando Albert tenía 15 años, las deudas obligaron a su padre a cerrar la fábrica y mudarse a Milán, Italia, en busca de nuevas oportunidades. Dejó a su primogénito en Múnich para que siguiera con sus estudios, pero la fama de ‘bicho raro’ que Einstein se había creado y su apatía hacia las actividades en grupo, lo marginaron del resto de sus compañeros, por lo cual abandonó sus estudios y se fue a Italia. Al anunciar su dimisión, uno de sus profesores le dijo: “Su presencia en clase destruye el respeto por los estudiantes”. Al llegar a Milán renunció a la ciudadanía alemana.
Como los negocios de su padre no prosperaban, Albert se vio obligado a encontrar una profesión. Al no haber concluido la educación básica, no pudo entrar a la universidad y su única opción fue presentar el examen de ingreso en la Escuela Politécnica Federal Suiza, en el cual demostró excelentes conocimientos de matemáticas; mas no fue admitido debido a su deficiencias en lenguas modernas y ciencias naturales. Pero el director del Politécnico, admirado por sus conocimientos, lo instó a que sacara su diploma en una escuela suiza en Aarau. Una vez inscrito allí, Einstein perdió su aversión a la academia, volvió a presentar el examen de ingreso al Politécnico y lo pasó. Ya matriculado, el joven científico decidió convertirse en profesor de física y matemáticas; se dedicó a estudiar los trabajos de Helmholtz, Kirchhoff, Boltzmann, Maxwell y Hertz, aprendió el arte de estructurar la física por medio de fórmulas matemáticas y, aunque eventualmente perdió el interés en las matemáticas puras, formuló las leyes fundamentales de la física. En esta época el Politécnico gozaba de fama internacional y un gran número de estudiantes extranjeros acudían a él. Ahí hizo amistad con Friedrich Adler (1879-1960), futuro político austríaco, y Mileva Maric, joven mujer húngara de origen serbio que profesaba la religión ortodoxa. Ella y Einstein tuvieron en común su pasión por la física y, a pesar de que los padres de la húgara repudiaban la relación, se comprometieron. La boda fue el 6 de enero de 1903 en el Ayuntamiento de Berna; Mileva tenía 28 años, él 24.
Aunque rico en conocimientos, este periodo fue difícil a nivel económico, pues su padre ya no podía mantenerlo. Albert recibía 100 francos suizos de un pariente, de los cuales ahorraba 20 para poder adquirir la ciudadanía suiza, la cual esperaba obtener después de su graduación. Una vez terminados los estudios, justo al final del siglo XIX, armado de una extraordinaria habilidad en matemáticas y del interés en la ciencia, buscó emplearse como investigador asistente de sus ex profesores, pero ninguno lo aceptó. Sin poder dar cátedra en el Politécnico, buscó empleo en una secundaria, pero a pesar de las recomendaciones tampoco lo aceptaron.
En 1901, a los 21 años, se convirtió en ciudadano suizo, pero uno ‘de papel’ como se decía entonces: el desempleo aunado a su origen judío dificultó su admisión en la sociedad helvética. Fue entonces que Marcel Grossmann, compañero del Politécnico, le presentó a Friedrich Haller, director de la oficina de patentes de Berna. Tras una entrevista con él, fue contratado como supervisor de proyectos. Einstein se mudó a esa ciudad -la que vería una de sus etapas más prolíficas- en febrero de 1902.
El graduado milagroso.
“Mi apasionado interés en la responsabilidad y justicia social siempre ha tenido un curioso contraste con mi marcada falta de deseo en asociarme directamente con hombres y mujeres; soy un caballo de un solo arnés, no hecho para viajar en tándem o trabajo en equipo”. Pero aún así, en 1904, nació Hans Albert. El salario de la oficina de patentes, donde su trabajo consistía en ordenar los formularios de solicitud para que los inventores expresaran debidamente la función de sus aparatos, les permitió vivir bien. Esta actividad quizá lo motivó a construir sus propios artefactos científicos, entre ellos un aparato para medir pequeñas cargas eléctricas. Además tuvo tiempo suficiente para estudiar y elaborar sus teorías, aunque el interés por su trabajo y la falta de atención hacia su mujer e hijo comenzaron a deteriorar su vida personal.
Fue en 1905 cuando inició los trabajos que lo volverían inmortal (la teoría especial de la relatividad, la ley de la conservación de la masa-energía (su famosa ecuación e=mc2), la teoría del efecto fotoeléctrico, los cuántos y la ecuación del movimiento browniano). En aquella época, el trabajo del alemán Max Planck (1858-1947) había hecho que toda la física anterior al año 1900 se denominara simplemente ‘física clásica’; sin embargo, la publicación de los documentos de Einstein en la revista científica Annalen derPhysik llevaría a fundar los cimientos de la física moderna, cambiando la perspectiva de la concepción del espacio y el tiempo.
No era un judío practicante ni profesaba religión alguna, sin embargo, siempre hablaba acerca de comprender la manera en la que una ‘deidad primigenia’ moldeaba el universo. En una conversación de la época llegó a mencionar: “Nunca creeré que Dios juega a los dados con el mundo”. A este periodo fructífero en su carrera se le conoce como su año annus mirabilis, su año extraordinario. Incluso Planck dijo que si las teorías de Einstein llegaban a ser correctas, sería considerado el Copérnico del siglo XX. Y tuvo mucha razón.
Vida académica y separación.
A principios del siglo pasado la existencia de los átomos era una teoría y la luz considerada un proceso que sólo se podía llevar a cabo en un medio conocido como éter (un supuesto fluido que se creía ocupaba el vacío). Einstein llegó a conclusiones radicales al respecto y, aunque los físicos de las universidades suizas vieron en un principio su trabajo con escepticismo, paulatinamente tuvo seguidores y se convirtió en una celebridad académica.
En 1909, gracias a la influencia de su ex compañero de politécnico Friedrich Adler, ocupó la plaza de profesor de física teórica en la Universidad de Zurich, cambio que le sentó muy bien a su familia. La interacción con estudiantes y profesores resultó estimulante para su intelecto. Sin embargo, casi siempre descuidaba sus deberes administrativos. Sus dificultades para lidiar con la gente se incrementaron, su actitud era percibida como ruda y llena de desdén, y costaba trabajo entender su humor sarcástico. En 1911 se mudó con la familia a Praga para ocupar el puesto de catedrático en la Universidad Alemana, donde debido a su fama de excéntrico era visto como una ‘curiosidad’. Fue ahí donde tuvo contacto con grupos sionistas y donde conoció a Franz Kafka (1883-1924); también hizo amistad con el filósofo Hugo Bergmann (1883-1975) y con el editor Max Brod (1884-1968). En 1914 aceptó dar clases en la Universidad de Berlín. Dollie, como cariñosamente le decía a su esposa, se mostró reacia a mudarse a la capital, pues ahí vivía Elsa, prima de Albert, y sospechaba que había una relación entre ellos. En efecto, el profesor cortejaba a su pariente, y abandonó a Mileva, quien regresó a Zurich con sus hijos. Se divorciaron en 1919.
Salto a la fama.
“Querida madre, buenas noticias. H. A. Lorentz me ha telegrafiado que las expediciones británicas acaban de probar la deflexión de la luz cerca del Sol”. De acuerdo con la teoría de Einstein, la gravedad no es una fuerza, sino una consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo. Cuando un rayo de luz pasa cerca de un cuerpo masivo, se debe curvar. De esta manera, la luz de las estrellas que pasa en los alrededores del Sol debería curvarse ligeramente a causa de la gravedad. Esta deflexión podría ser medida cuando la luz del astro se ocultara durante un eclipse, y este fenómeno ocurrió el 29 de mayo de 1919. Dos expediciones patrocinadas por sociedades científicas inglesas, una en el oeste de Africa y otra en Brasil, lograron fotografiar las estrellas cercanas al Sol eclipsado. Los cálculos parecieron darle la razón a Einstein. Tras el anuncio oficial en noviembre de 1919, su fama se multiplicó de manera progresiva, al punto de que en 1921 estaba convertido en un auténtico héroe internacional. Hizo una serie de giras que lo llevarían desde Estados Unidos hasta China, donde fue recibido con entusiasmo por cientos de admiradores que asistían a sus conferencias, fenómeno excepcional para el mundo de la física. Aunque la teoría de la relatividad era comprendida con ciertas reservas por la comunidad científica, resultaba demasiado abstracta a nivel popular, pero esto no impidió que el ciudadano común identificara en Einstein la imagen de un auténtico genio moderno.
En 1922 fue elegido para encabezar la Comisión para la Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones, pero en menos de un año renunció al considerar que las funciones de su puesto no estaban claras y el organismo no tenía ni la fuerza ni la disposición para completar sus tareas y estaba lejos de servir de árbitro internacional. En aquella época por im lado disfrutó de los viajes para dar conferencias, aunque por otro se llenó de enemigos resentidos y reacios a aceptar sus teorías. En Viena conoció a Sigmund Freud (1856-1939). con quien mantendría intercambio epistolar por una temporada y rechazó una oferta para ser psicoanalizado. Para entonces en algunas partes del mundo, especialmente Alemania, su propio apellido comenzó a emplearse como genérico para alguien que escribe algo incomprensible y es admirado por ello. El entusiasta recibimiento de Einstein en Estados Unidos lo hizo sentir como “una prima donna”, mientras los diarios del mundo ponían la palabra relatividad en boca de todos. “Las damas en Nueva York quieren un estilo nuevo cada temporada. Este año la moda es la relatividad”, declararía el físico. El 10 de noviembre de 1922, el comité de la Academia Sueca de Ciencias le otorgó el premio Nobel de Física por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico; anteriormente había estado nominado diez veces. Einstein recibió la noticia cuando estaba en Japón.
El exilio de un genio.
Al convertirse en una figura importante de proyección internacional, su origen judío le hizo temer por su seguridad cuando las condiciones políticas de Alemania se enrarecieron ante el creciente poder del partido Nazi. Entonces, en 1930, Einstein regresó a Estados Unidos como invitado para formar parte de un equipo de investigación científica en el Instituto Tecnológico de California, encabezado por el premio Nobel Robert Andrews Millikan. Después de pasar las temporadas invernales de 1931 y 1932 en aquel país, a finales de enero de 1933, mientras discutía con astrónomos del observatorio Monte Wilson sobre la distribución de la materia en el espacio, Adolf Hitler era nombrado canciller de Alemania.
Al enterarse de ello, y en vista de la hostilidad que representaba el Partido Nacionalsocialista, que ya había iniciado una campaña de desprestigio en su contra, Einstein decidió no regresar a su país. Todas sus posesiones le fueron confiscadas por el Estado nazi, so pretexto de ser un agitador comunista. Sus escritos sobre la teoría de la relatividad fueron incinerados públicamente. Luego de permanecer una temporada en Bélgica, Albert y Elsa, acompañados por su secretaria Helen Dukas, se instalaron en Princeton, Nueva Jersey, donde el físico comenzó a trabajar como profesor del Instituto de Ciencias Avanzadas. Einstein adquirió una casa, la 112 de la calle Mercer, domicilio de su último hogar. Para su mala fortuna, Elsa murió de un mal cardíaco el 20 de diciembre de 1936.
Durante su estancia en Estados Unidos, hasta el término de la Segunda Guerra Mundial, prefirió no hacer declaraciones públicas sobre pacifismo, y ocasionalmente trabajó como consultor de la marina de guerra estadounidense. Alertado por su amigo, el físico húngaro Leo Szilard, envió cartas al presidente Franklin Delano Roosevelt donde mencionaba la necesidad de crear armas nucleares antes que el gobierno nazi, pero vivió arrepentido de haberlas escrito. “De haber sabido que los alemanes no alcanzarían a producir una bomba atómica, no hubiera levantado la mano”.
La última década de su vida continuaría de manera pacífica (“mi pacifismo es un sentimiento instintivo porque asesinar hombres es repugnante. Mi actitud no es derivada de ninguna teoría intelectual, sino basada en mi profunda antipatía hacia cualquier tipo de crueldad y odio”), inmerso en su teoría del campo unificado, del que publicó ocho ensayos relacionados, y de vez en cuando daba seminarios de su obra. Para él, el mundo de la posguerra era peligrosamente inestable y creía necesario inventar un nuevo modelo de gobierno a escala mundial; era un escéptico sobre la función de las Organización de las Naciones Unidas.
Al hacer declaraciones sobre los métodos de desobediencia civil propuestos por Gandhi como solución para alcanzar la paz mundial, el FBI comenzó a investigarlo; en su archivo se acumularon 1,500 páginas acerca de las supuestas actividades ‘comunistas’ del físico.
Einstein murió a causa de un fallo cardíaco el 18 de abril de 1955. Su cuerpo, antes de ser incinerado, estuvo rodeado por 12 personas cercanas a él. Una de ellas leyó parte del Epílogo a la campana de Schiller. de Goethe, para despedirlo. Las cenizas fueron esparcidas en un sitio que a la fecha se ha mantenido en secreto.
Por Gerardo Sifuentes – Revista Conozca Más.
Una observación. El presidente de EU durante la segunda guerra mundial, al que Einstein le envió las cartas acerca de la bomba atómica, no era Theodore Roosevelt, sino Franklin D. Roosevelt.
Gracias, corrijo ese dato.
muy ch,in,g,on Eistein, es una lastima, si hubiera vivido mas, que otras teorias hubiera creado o descubierto, yo en lo personal tampoco creo que dios juegue a los dados con el mundo o el universo, no tengo una razon especifica solo puedo decir que por lo menos yo si veo un orden en todo que hay, desde lo mas pequeño hasta lo mas grande que se puede ver, yo creo que es dificil verlo porque al fin al cabo pues somos simples humanos nuestra vicion es limitada y aun el mas inteligente hombre, su vicion es limitada, vemos todo desde adentro, y si vieramos las cosas desde afuera seria diferente, vamos que en lugar de ser los observados nos convirtieramos en los observadores, y ahi si nuestra vicion cambiaria
Sobresaliente y acertado tu comentario, lo digo por coincidir contigo, nunca sabremos todo y quien lo sepa no nos lo dirá
excelente articulo, felicidades marcianos.
Che Einstein buscaba que la prima aflojara.
fue un maestro.